Uno

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—De esta forma tendrás el tema más organizado y podremos repasarlo desde aquí si alguna vez no te traes el libro. ¿No te parece mejor?

—Si... —contestó una voz infantil.

—Uhm... Me parece que muy convencido no lo dices.

—Es que es más trabajo. Tengo que resumir el tema y después pasarlo a limpio en la libreta. Es aburrido.

—Los estudios son aburridos. Pero quieres llegar a ser tan inteligente como tu padre, ¿verdad?

— ¡Claro!

—Pues tu padre tuvo que aprender mucho. Es mejor empezar ya. ¿No has visto que tu padre lo tiene siempre todo organizado y lo hace todo a su tiempo?

—Sí.

—Pues eso tienes que aprender a hacer.

El pitido del coche hizo que los dos miraran a la ventana. El pequeño saltó de la silla y se encaramó en el escritorio para asomarse a la ventana.

— ¡Es mi padre!

—Sí, ya sé que es tu padre. Bájate de ahí, Tahiel. Te puedes hacer daño.

—No pasa nada, Profe—tranquilizó—. ¡Papá! —gritó abriendo la ventana y asomándose.

Rubén se asomó y observó cómo Miguel, el padre de Tahiel, levantaba la cabeza hacia ellos y saludaba a su hijo con la mano mientras que, para él, fruncía el ceño. Se aproximaba otra pelea entre ellos.

Rubén suspiró y recogió los materiales que había usado ese día para explicarle a su alumno sobre los deberes y tareas a hacer y se colgó el bolso en el hombro. Cogió su chaqueta y salió de la habitación reservada para juntarse ellos dos todos los días.

—Profe, ¿esto es para mañana?

—Si, Tahiel. Mañana te preguntaré sobre el tema. Recuerda que el examen es el jueves.

—Vale... —respondió subyugado.

—Vamos, no es para tanto. Seguro que tu padre tiene ahora trabajo.

— ¿Y si te quedas más tiempo?

— ¿Más? Vengo todos los días casi 7 horas, ¿no te cansas de mí?

—Si me mandas hacer muchos deberes sí, pero si te quedas más horas cuando está mi padre podemos hacer otras cosas.

—No trabajes de Cupido, Tahiel—le dijo revolviéndole el pelo.

— ¿Quién es Cupido?

—Mejor que no lo sepas... —contestó bajando las escaleras.

Miguel estaba esperándole ya al final de las escaleras y cogió en brazos a Tahiel en cuanto éste saltó los escalones hacia él. Lo elevó por encima de su cabeza y empezó a dar vueltas haciendo que gritara de emoción.

— ¿Cómo te has portado hoy hombrecito?

— ¡Bien! Pero Rubén me ha dejado muchos deberes.

— ¿De verdad? —preguntó mirando a Rubén.

—Los necesarios—Miguel arqueó una ceja.

—Ya le has oído. Los necesarios. ¿Has merendado?

— ¡Sí! ¡Hoy Rubén ha hecho galletas! ¡Han salido riquísimas!

— ¿Si? Tengo que probarlas.

— ¡Voy a por ellas! —saltó de los brazos de su padre y salió corriendo.

Rubén lo siguió con la mirada hasta perderlo. Era increíble la energía que tenía el pequeño. Estaba en segundo de primaria y tenía siete años pero a menudo se comportaba como una persona mayor.

Se volvió hacia Miguel y vio que tenía el ceño fruncido. No recordaba haber hecho algo malo así que prefirió no darse por entendido.

—Ya que está aquí yo me voy... —comentó dándole la espalda y caminando hacia la puerta.

—Creí haberte dicho que no quería a mi hijo asomándose a la ventana.

—No le ha pasado nada. Si usted pita con el coche cuando llega entonces es normal que quiera saludarlo.

— ¿No puedes controlarlo?

—No se trata de controlarlo señor Rogel. Se trata de darle rienda suelta hasta un límite. Lo tenía cogido por detrás, por si quiere saberlo—contestó intentando mantener un tono educado.

—Preferiría que no volviera a pasar.

—En eso estamos de acuerdo. Así que, o bien usted deja de pitar cuando llega, o habla con su hijo—le lanzó.

— ¿Dejar de...? ¡Si pito es para avisarte!

—Conozco el motor de su coche, no es necesario que me avise. Es muy amable por su parte, pero no porque llegue antes voy a irme sin haber cumplido todas las horas por las que me paga.

Miguel fue incapaz de replicarle. Sin duda era el mejor profesor particular que había podido encontrar a pesar de su juventud. Y quizás por eso era que había llegado hasta Tahiel y éste estaba comenzando a portarse de nuevo como el niño que era.

Observó el lenguaje corporal de Rubén. Estaba a la defensiva como cada vez que tenían una discusión. Conocía bien el lenguaje corporal de las personas pues se ocupaba de dirigir una empresa de seguridad y había estado en el ejército tres años.

—Está bien, lo lamento. Hablaré con mi hijo para que no vuelva a hacerlo y dejaré de pitar cuando llegue. ¿Contento?

—Yo no. Pero si usted lo quiere así...

Abrió la boca para decirle algo pero... ¿qué?

—Si no le importa, me voy ya—dijo abriendo la puerta y cerrándola tras de sí.

Gritó de frustración. Ese Hombre siempre le sacaba de sus casillas.

***

Cerradala puerta y puesto un muro entre él y Miguel, Rubén gritó de frustración. Esehombre hacía que quisiera darle un buen puñetazo. 

clases de amor ↮rubelangel™Donde viven las historias. Descúbrelo ahora