Jake El Hombre Cuervo

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Os voy a contar una historia terrible y desgarradora, tal vez cierta o una simple broma, pero, ¿Quién sabe? ¿Piensas qué no es cierta? A lo mejor él está más cerca de lo que crees, siguiéndote, preparado para matarte.

10:33 de la noche

Aburrida, bostezo y sigo con mi trabajo. Mire las cámaras con desgana, cansada de hacer lo mismo. Yo acepté ayudar a mi padre en su trabajo, aunque todavía sea una adolescente. Además en cierto modo es divertido, ¿A quién no le gustaría vigilar a la gente a través de las cámaras de un local?

Entusiasmada con la idea sigo a lo mío. Giro la cabeza para ver las cámaras de mi derecha y hago lo mismo para observar las de mi izquierda. Volví a bostezar cerrando los ojos lentamente y los abrí de repente. Mi fije un una de las cámaras colocadas en la parte trasera del gran edificio, junto con algunas casas y un pequeño aparcamiento al lado.

Entrecerré los ojos y me acerqué lentamente a la pequeña pantalla. En ella vi a un hombre de estatura media fumando en la entrada de una casa. Pero eso no era lo raro, detrás, entre dos coches había una figura alta y oscura oculta en las sombras. La sombra se movió y salió a la luz. Lo que vi me hizo estremecer de miedo. Lo que allí había era un hombre, vestido de negro, con una gabardina negra, botas negras, unos guantes y un sombrero del mismo color. Llevaba una máscara con forma de pico de ave, blanca y con lentes. El extremo final del pico del ave era color negro.

Iba a avisar a mi padre de aquello, pero el miedo y la curiosidad me podían. Observé al extraño hombre que vestía como un medico de la peste negra y lo vi acercarse al otro hombre. El médico (llamémoslo así por ahora) sacó un mosquetón antiguo de su gabardina negra. Se acercó lentamente por detrás del señor y apuntó a la cabeza del fumador mientras le cogía las manos para que no se resistiera. El médico le dijo unas palabras al oído que no pude escuchar puesto que las cámaras no tienen sonido. El señor puso los ojos en blanco y se le cayó el cigarrillo al suelo al abrir la boca de puro terror.

El médico sacó una larga jeringuilla con un extraño líquido y lo inyectó en el cuello de su víctima. El hombre cayó al suelo mientras se estremecía de dolor. El siniestro médico guardó su mosquetón y se dio la vuelta mirando hacia la cámara. Se acercó a ella y se quito la máscara. Tras ella se ocultaba una cara horripilante, sus ojos estaban abiertos al máximo, con ojeras y sus pupilas dilatadas. Su sonrisa, con dientes torcidos y encías rojas, formaban una risa espeluznante, junto con sus numerosas cicatrices, algunas abiertas y sangrando y otras cerradas con una horrible marca, complementaban ese rostro aterrorizador.

Llamé a mi padre y corriendo pasó de la otra habitación a la de su compañero, en la que estaba yo sustituyéndole. Le explique lo ocurrido mientras miraba la cámara y sin pensárselo dos veces llamó a la policía. Esperamos temerosos en la habitación hasta que vimos a la policía registrando la escena del crimen, pero el extraño hombre ya no estaba.

Más tarde la policía nos pidió que bajáramos para explicarles con todo tipo de detalles la escena transcurrida. Algunos vecinos intentaron enterarse de lo ocurrido, pero la policía no les permitió estar en la escena del crimen, aun así miraban con espanto a través de las ventanas. Después de explicar lo ocurrido la policía investigó el cadáver y nos pidieron que nos marchásemos. Unos policías nos acompañaron hasta el coche por si volvía a aparecer el maníaco. Subimos al coche y cuando mi padre estuvo a punto de arrancar vi, que detrás de unos arbustos, el médico de la peste me decía adiós con la mano, pero, segundos más tarde había desaparecido.

Ya en casa, decidí irme a dormir directamente. No tenía apetito después de ver aquello. Me desvestí y me metí en la cama. Cerré los ojos lentamente, deseando poder dormir al menos ese día. Me desperté a mitad de la noche, después de oír el sonido de mi ventana cerrándose. Rápidamente encendí la luz y miré a mí alrededor. No había nadie.

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