El Parásito

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Dicen que los que buscan encuentran. Dicen que los que lloran serán consolados. Dicen que los que quieren poder, y lo buscan, lo tendrán.

Lo que nadie dice es el precio que tienen que pagar.

Esta es la historia de un joven llamado Jonás, que tenía casi todo para ser perfecto. Era guapo, pero entre sus amigos había uno que tenía más e'xito con las chicas. Le gustaba el deporte, jugaba a toda clase de juegos, baloncesto, fútbol, practicaba artes marciales, pero siempre era segundo en todo, siempre tenía a uno que le superaba. Y lo peor de todo era que esa persona era su mejor amigo Pete.

No era envidioso pero siempre que le superaba se sentía humillado. Cada día que entrenaba lo hacía con rabia, deseando superar a Pete en algún momento. Era más alto que e'l, tenía más músculo y cuanto más se preparaba, Pete siempre iba un paso por delante. Jonás no soportaba ver cómo la chica que le gustaba estaba con Pete y que todas las medallas de las competiciones a las que se presentaba, invariablemente eran de plata. Pete y e'l eran uña y carne y lo cierto es que siempre se apuntaban a lo mismo porque si no estuvieran juntos ni siquiera se molestarían. Era su mayor pasatiempo, competir juntos. Jugaban con el mismo equipo de fútbol y siempre elegían a Pete como delantero centro y e'l era quien le hacía los pases. Ganar los partidos era una cosa trivial para ellos, pero siempre era Pete el que estaba sobre los hombros de los demás, el que recibía todo tipo de cartas de admiradoras secretas. e'l solo era su sombra. Y estaba harto.

Sin embargo era leal a su amigo y no tenía motivos para odiarle. Simplemente le envidiaba y trataba de superarle cada día. Estaba seguro de que sin Pete, e'l no sería ni la mitad de esforzado en sus propósitos. Además de estar un paso por delante, le forzaba siempre a intentar superarle y eso, indirectamente, era el motivo por el que se superaba a sí mismo diariamente. Lo sabía y por eso aceptaba de buen grado el papel de número dos.

Un hombre les había estado observando durante semanas sin que ambos se percatasen. Se trataba de un individuo delgado, con cara de drogadicto, ojeras pronunciadas y piel pálida, pero con una mirada penetrante que parecía leer los más recónditos pensamientos y deseos. Cuando Jonás abandonaba la pista de atletismo y se separó de Pete, el hombre le estaba esperando y se le acercó.

- Hola Jonás - le dijo -.

He estado observándote.

- ¿Le conozco? - replicó -.

De'jeme en paz. -

Tengo algo que ofrecerte, algo que te hará mucho más fuerte, más ágil y mucho más listo de lo que ya eres.

- No me interesan las drogas.

- No, no, no - dijo el hombre - Tengo lo que buscas, tú, el número dos, la sombra de tu amigo Pete. ¿Quieres dejar de serlo?

- ¿Cómo podría? - preguntó. -

Solo dime que sí, y te dare' la fuerza que necesitas. Ojo, hablo de que puedas superar a tu amigo en todo y además, podrás leer su mente, ver cómo se siente al ser inferior a ti, porque el poder que te ofrezco es mucho mayor del que puedes imaginar.

- ¿Que' clase de poder es ese? - preguntó Jonás, intrigado. El hombre cogió un bate de be'isbol y se lo mostró. Sonriente, con un rápido rodillazo lo partió en dos pedazos. Jonás se quedó boquiabierto. -

Y esto no es nada - añadió. El extraño, que llevaba una gabardina en pleno verano, cogió una pelota de baloncesto y la botó.

Corrió hacia la canasta de la pista y saltó. Hizo un mate casi sin esforzarse, midiendo menos de un metro setenta. Jonás estaba asombrado. e'l era más alto y apenas tocaba el aro. Por supuesto, Pete llegaba mejor ya que era más alto. Pero ni mucho menos podía meter los dedos en el aro ninguno de los dos. Ese extraño se colgó de e'l y no parecía haberle costado mucho. Botando la pelota, caminando hacia e'l, el hombre le pasó el balón y Jonás tuvo problemas para cogerlo pues iba fortísima hacia e'l. - Toda esta fuerza será tuya si la aceptas.

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