El Parásito

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- ¿Así sin más? ¿Que' quieres a cambio?

- Nada. Solo acepta y te la dare'.

- Claro que quiero esa fuerza - dijo, entusiasmado.

- Estupendo, esta noche mientras duermas, recibirás mi regalo. En cuanto perdió de vista al extraño individuo Jonás dejó de creer que sería cierto.

Le contó a Pete ese extraño encuentro y su amigo le dijo que no debería hablar con borrachos. Ambos se rieron de aquello y cuando Jonás estaba en su casa ya se había olvidado de aquel extraño episodio. Por la noche, mientras dormía, la ventana de su habitación se rompió en mil pedazos y el chico despertó bruscamente. Cuando vio lo que era se asustó y cogió la lámpara para defenderse. Se trataba de una especie de escolopendra gigante de color hueso. Se movía tan deprisa que incluso tirándole la lámpara falló. Corrió por la habitación pidiendo auxilio a sus padres pero el bicho logró deslizarse por el interior de su pijama y se metió reptando hasta alcanzar su cuello. Jonás no se movió por miedo a que le picase. Y le picó, sintió los fríos aguijones en el cuello, en las primeras ve'rtebras. El dolor fue tan grande que no podía ni gritar, trató de sacárselo llevándose las manos a la espalda pero no podía alcanzarlo. Una tras otra, las patas de ese bicho repugnante estaban clavándose en su columna vertebral y se hundían hasta alcanzarle el hueso. El dolor era indescriptible.

Despue's del hueso aún se hundían más hasta alcanzar la me'dula espinal. Al final el bicho se había quedado incrustado en su espalda y el dolor, paulatinamente, desapareció. Se llevó las manos atrás y lo tocó, era duro como una piedra, parecía una columna de hueso que sobresalía de su espalda. Su padre abrió la puerta y vio la ventana rota y a e'l apoyado contra la pared, en el suelo de la habitación.

- Papá - dijo Jonás -, sácame esto de la espalda, lle'vame a un hospital. Sin embargo su padre no pareció escucharle, ni siquiera e'l pudo escucharse, creyó que se había quedado sordo.

- ¿Que' ha pasado? - le preguntó, enojado.

- He tenido una pesadilla - se escuchó decir a sí mismo, sin poder creer lo que oía.

- Pues la ventana la tendrás compensar con tu paga semanal. Jonás se puso en pie y se precipitó hacia su padre. e'ste no se apartó, le miró extrañado hasta que e'l le empujó contra la pared, con una fuerza sobrenatural y le miró sonriente.

- ¿Que' demonios haces hijo? - preguntó su padre.

- Corre, papa, no se' lo que estoy haciendo - le intentó gritar Jonás.

- Tengo hambre - fue lo que realmente salió de su boca. Se inclinó sobre e'l y le clavó los dedos en el pecho, su padre gritó y luchó por quitárselo de encima pero tenía tanta fuerza que no pudo evitar que sus dedos penetraran entre sus costillas, alcanzando el corazón.

De un fuerte tirón se lo arrancó y comenzó a devorarlo con ansiedad mientras su padre le miraba aterrorizado y Jonás no podía creer lo que sus manos y su boca estaban haciendo. Antes de que su padre muriera escuchó sus pensamientos de forma clara:

"¿Que' te he hecho hijo, para que me hagas esto?"

Había perdido el control de sus actos por completo. La impresión de lo que acababa de hacer le hizo perder el sentido.

Despertó en el interior de una alcantarilla. Jonás entendió que podía dormir mientras esa cosa campaba a sus anchas por cualquier sitio. Vio, a sus pies, el cuerpo sin vida de su padre y junto a e'l había una veintena de cadáveres en distintos estados de descomposición. No podía haberlos matado e'l, no en una sola noche. Se fijó en que uno de los cadáveres era el individuo que le había abordado el día anterior. Estaba claro que terminaría como e'l en unos días y, lo que era peor, lo presenciaría todo sin poder hacer nada. Ese monstruo se alimentaba de corazones ya que todos los que estaban allí tirados como basura tenían un hueco sangrante en el pecho. De un salto, salió de su oscuro agujero y con una mano levantó la tapa y la colocó lentamente, evitando llamar la atención con el ruido. Podía manejarla como si fuera la tapa de una lata de conservas, como si no pesara nada. Tenía una fuerza tan grande que ni siquiera era consciente de ello. Las farolas parecían de papel de plata, que de una simple patada podía doblarlas. Los coches parecían de cartón, las distancias eran confusas porque se desplazaba a grandes zancadas, como un gigantesco saltamontes. Era alucinante, pero tambie'n terrible porque no controlaba ni siquiera sus propios pestañeos, era como ver una película en primera persona. Cuando reconoció la dirección quiso detenerse. Estaba acercándose a la casa de Jill, su novia. Saltaba de tejado en tejado y reconoció su casa en la distancia.

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