Capítulo 4

561 99 22
                                    

Katalia todavía no era capaz de apartar la mirada del amo Shadowsky. Tenía que ser sincera consigo misma y admitir que se había esperado un vejestorio de rostro arrugado y voz quejumbrosa. En cambio, parecía que el hombre que estaba cenando a unos metros de ella, era alguna especie de ser humano hermoso y sobrenatural al mismo tiempo, creado para que todas las miradas se posaran en él en cualquier minuto. ¿Sería eso posible? No le importaba mucho, lo único que quería hacer era seguir observándolo.

En un momento, él se removió inquieto en su lugar. La joven no se había percatado demasiado del silencio que gobernaba en el cuarto hasta ese instante. Qué locura. Nunca en sus dieciocho años de vida, se sintió tan atraída hacia alguien del sexo opuesto. Casi podía sentir las cosquillas en su estómago, alentándola a hacer algo que no comprendía.

—¿Señorita Katalia? —La chica se despabiló y miró con seriedad a su amo.

—¿En qué puedo servirle, mi señor? —preguntó con voz imparcial, tratando de que no se notara mucho el desequilibrio que le generaba el hombre.

—¿Sería capaz de dejar de mirarme por un rato?

Katalia se sonrojó por completo, sintiéndose una tonta total. Ahora comprendía porqué se encontraba tan incómodo.

—Lo lamento, mi señor. No volverá a ocurrir.

La joven bajó el rostro para mirar con atención el suelo alfombrado. ¿Cómo se había dejado llevar de esa manera tan poco educada? No quería aparentar pesimismo, pero si seguía por ese camino, el amo nunca le vendería su libertad.

De pronto, recordó la soledad con la que convivía constantemente el señor del castillo y quiso brindarle algo de conversación, pero qué podía decir una sirviente como ella, ni hablar de alguien de su estatus dirigiéndose a un amo feudal.

—¿Puedo hacerle una pregunta, amo? —cuestionó, inclusive antes de que pensara mejor toda la situación.

Katalia todavía no despegaba la vista del suelo, pese a eso, sintió cuando el amo alzó la suya, para observarla.

—¿Cuál es tu duda?

Él parecía muy dispuesto a darle charla, casi como si la estuviera anhelando desde hace mucho tiempo. No pretendió demorarse mucho, tarde o temprano se la haría, así que soltó de sopetón la interrogación.

—¿Por qué está siempre solo? —La chica levantó los ojos y vio que él había dejado de cenar, encontrándose quieto.

—¿Que por qué estoy solo? —Asió con una de sus manos su rostro. Parecía estar agotado, de repente—. ¿No crees que sea bastante obvio? —Katalia negó con la cabeza, inocente—. No quiero dejar un rastro de muerte detrás de mí.

¿Sería capaz ese hombre de temerse a sí mismo? No podía ser posible. No en un mundo perfecto, tal vez. Sin embargo, Katalia quiso creer que el Señor Shadowsky era un hombre fuerte que se vio obligado a ocultarse por el bien y la obligación de la sociedad. Quizás, poco a poco, sí estaba creyendo en la maldición que se cernía sobre él.

—Probablemente, lo único que usted necesita es ser libre. Irse de este lugar. No dejarse llevar por lo que dicen los demás y abandonar todo —la forma en que expresó aquello, salió desde lo más profundo de su ser. Sentía que se estaba hablando a ella misma y no al amo.

El feudal arqueó una ceja y la miró interrogante.

—¿Cómo podría ser libre con la maldición que recae en mis hombros? Solo hay dos formas de que lo sea —Katalia lo miró expectante, queriendo saber más acerca de eso—. Una de ellas es casi imposible que suceda. La otra, es quitándome la vida. Y debo de admitir que soy un poco cobarde para hacerlo...

La melodía del que cayóDonde viven las historias. Descúbrelo ahora