Sí.

Sí pude.

¡Lo hice!

Con mucho cuidado cruzo la esquina con las piernas levemente encalambradas y grito de la alegría tratando de no perder el control. De hecho, ni quiero frenar.

― ¡Sí pude! ―chillo con toda mis fuerzas―. ¡Oh por dios, es increíble!

Juraría que mi corazón late a la misma velocidad de la moto. Hasta creo que voy a llorar. Mis muslos quieren entumecerse pero es parte de los nervios y de la tensión que tengo. Si mi padre supiera que estoy conduciendo por la ciudad a casi medianoche me mata. Esto es mejor de lo que pensé que sería, pero necesito parar porque no sé a dónde ir y tampoco sé cómo debería frenar. O sea, sí sé pero... sería la primera vez.

Me estaciono a la orilla de la carretera con cuidado y casi con brusquedad, un gritito sale pero todo está bajo control. Saco mi teléfono de la chaqueta y marco el número de Karla el cual borro al instante, no puedo llamarla a esta hora. Entonces no me queda más opción.

Bueno.

Para eso están los amigos.

*

Me despierta la alarma de mi teléfono. Esta cama no es incómoda, de hecho me atrevería a decir que es más cómoda que la mía pero compartirla no me agrada. Y mucho menos con él.

― ¿No escuchas la alarma o qué? ―ronronea una voz adormilada.

― No soy sorda. ―gruño mientras me levanto de la cama de mi mejor amigo.

― ¿Ya te vas? ―me pregunta incorporándose.

― Sí. ―le contesto y empiezo a ponerme las botas.

― Oye, no puedes, mis padres podrían verte y pensarán que estábamos follando como conejos, tienes que esperar a que yo entre a su cuarto con alguna excusa y...

― No se darán cuenta, en todo caso ¿Qué podrían decirme? Se alegrarán de saber que ya no eres virgen.

― No soy virgen. ―espeta.

― No creo que me digan nada.

― Esa es la incógnita y créeme que no lo quiero averiguar. ―dice poniéndose de pie.

― No te preocupes, son las seis, ¿Quién se levanta un domingo a las seis de la mañana?

― Tengo que abrirte la puerta, tonta.

― Oh, cierto. ―refunfuño.

No me sentí incomoda durmiendo con mi mejor amigo. No tuve más opción y además, considerando que cae dormido como un tronco y ronca como un tren.

Salimos al patio y ya sé lo que me va a decir cuando ve la moto. El patio de la casa de Andrés es mucho más pequeño que el de mi casa y anoche él no vio dónde llegué, simplemente cuando abrió la puerta yo estaba allí parada con una gran sonrisa y ya había ocultado la moto tras los arbustos cerca de la ventana de la cocina.

― Con razón no quisiste que saliera de la casa a recibirte.

― Ya ves.

― No te rendiste.

― Te dije que no lo iba a hacer. ―hablo acercándome a la moto―. Nunca lo hago, no cuando algo me gusta.

― Eso no me sorprende, lo que en realidad me sorprende es que la hayas conducido así no más teniendo un brazo lastimado.

― Pues, así es. ―le digo y me monto con dificultad―. Además, el dolor lo puedo soportar siempre y cuando sea por una buena causa.

― El casco. ―me riñe.

ALÉJATE [1]Where stories live. Discover now