Capítulo 2 ─ Madrid

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Normalmente, cuando salgo a dar vueltas, acabo siempre callejeando. Me gusta la parte de la ciudad que no es el centro. Como si pudiera acceder a partes ocultas que pocas personas se paran a admirar. A mí me parece que ahí es donde está el verdadero espíritu. Hundo las manos en los bolsillos de mi sudadera, buscando mi paquete de tabaco. No tardo en encontrarlo, siempre lo tengo a mano. La cajetilla está casi nueva y apenas he fumado dos cigarros, por lo que no he metido el mechero dentro de ella para guardarlo. Y, como consecuencia, no lo encuentro.

Por supuesto, lo arreglo rápido. Apoyado en la pared, al lado de uno de los portales de la calle, hay un chico que hace lo mismo que yo. Incluso me mira. Me pregunto cuánto tiempo llevará haciéndolo sin que yo sea consciente. Sin querer, me he cruzado con su mirada. No soy muy buena con los colores, ya sabéis, el típico pasteleo de las chicas entre 'blanco sucio' o 'blanco roto' o 'blanco soy-una-pija-de-narices'. Sin embargo, os puedo asegurar que el color de sus ojos es exactamente el que definiría como 'oh, tengo un problema'.

─ ¿Fuego, no? ─ pregunta, sonriendo de lado, burlón.

Es entonces cuando me doy cuenta de que llevo al menos medio minuto mirándole fijamente, con los pies anclados al suelo debatiéndome entre si seguir como si nada o salir corriendo en dirección contraria. Mis reflejos, como veis, no son especialmente buenos.

─ Por favor ─ apenas se escucha un hilo de voz mientras me acerco.

Tiendo a exagerar las situaciones y a pensar lo peor de los demás. Es algo natural en mí. Así que me repito unas diez veces por paso que no va a pasar nada malo, solo es un chico dándome fuego.

─ No sé cómo fumarás tú, pero creo que el filtro no se quema ─ vuelve a burlarse.

Me quedo un segundo confundida, luego compruebo que he encendido mal el cigarro. Suspiro y lo coloco bien, aunque el filtro esté quemado en el borde, solo voy a apoyar los labios así que no es tanto problema. Lo que más duele es mi orgullo y el no replicarle porque aquel chico imponía.

─ Lo siento ─ yo me excuso, él se ríe. Me mosqueo un poco más y gruño por lo bajo mientras acabo de encender correctamente el cigarro. Se lo devuelvo.

─ No te preocupes, entiendo los nervios ─ guiña un ojo y siento como mis mejillas se sonrojan. ¿Está ligando conmigo? No, solo me está vacilando. Le fulmino con la mirada . Bastante ridículo he tenido ya para dos minutos de ¿charla?

─ Tu mechero ─ repito, ya que no lo ha cogido.

Creo que he sonado convincente, hasta borde. Y lo que obtengo a cambio es una carcajada.

─ Míralo dos veces, monada ─ confusa, lo hago.

Mi mechero.

─ ¿Cómo mierdas...? ─ él se sigue riendo y yo tengo ganas de darle un puñetazo. De no ser porque me saca una cabeza y la indignación me hace volverme estúpidamente torpe, se lo habría llevado.

─ Se te ha caído cuando salías del metro ─ explica ─. Pensaba picártelo, pero la casualidad ha querido que nos encontremos.

Y mi mala leche quiere que salga corriendo. Meto el mechero en el bolsillo trasero y me giro sin despedirme. Aun escucho sus risas cuando doblo la esquina.

Imbécil.



Versos inquietosWhere stories live. Discover now