Capítulo 1 ─ Sospechas

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David está en esa edad de ser insoportable y yo estoy en la edad de usar su música a todo volumen como excusa para largarme de casa un rato esa tarde. Apago el cigarro en el vaso que usaba como cenicero, para después tirar su contenido por la ventana. Lo gracioso es que desde que fumo las plantas sobre las que caen los restos están más vivas que nunca. La ironía que entraña ese hecho me resulta poética.

Me pongo la cazadora, una de esas que valen por las historias en las que te ha acompañado más que por lo que abrigue. A pesar de que mi madre siempre quiera tirarla, es mi favorita. Quizá precisamente por lo mucho que ella la odia.

Doy tres golpes en la puerta de mi segundo hermano mayor, Adrián. Sé que va a estar de mal humor en cuando escucho como quita el pestillo. Vivir con tres hermanos te enseña que a veces necesitan intimidad y que es mejor dársela para ahorrarte escenas desagradables.

─ Qué pasa, moco ─ habla cuando abre, por fin.

Enseguida mira la puerta de David. Creerá que vengo a pedirle que ponga orden, así que niego con la cabeza.

─ Salgo un rato, ¿quieres algo?

Frunce el ceño un segundo y se apoya con el antebrazo en el marco de la puerta.

─ ¿Sola? ─ Y por sola, quiso preguntar: ¿a qué tío tendré que partirle las piernas?

─ Sola ─ aseguro.

Sigue sin creerme, lo noto en su ceja alzada. Tampoco le doy mayor importancia, aunque admito que me molesta un poco que crea que le ocultaría algo. Adrián es mi hermano favorito, aunque esté mal decirlo. Siempre he confiado en él cuando tengo algún problema.

─ Nada que puedas comprar siendo menor, está claro ─ responde con algo de recochineo sobre mis quince. Yo decido ignorarlo.

─ Entonces volveré para la cena. Te toca.

─ Yo salgo también esta noche. Te lo paso.

Se giró para buscar un momento su cartera. Al mirar por el hueco que ha dejado abierto la puerta, puedo distinguir un montón de pañuelos usados. Egh. La curiosidad mató al gato, sin duda. Me tiende un billete de cincuenta. Mis ojos se abren como platos. Pocas veces veo esa cantidad, y menos viniendo de parte de Adri. La sospecha de que durante las horas que está fuera de casa no se gana la vida limpiamente, se acentúa.

─ Píllate unas pizzas ─ me dice ─. Te puedes quedar el resto. Adelanto de tu cumple, moco.

─ Gracias ─ respondo automáticamente.

Me pongo de puntillas y le doy un beso en la mejilla. Él sonríe, nos despedimos y cierra de nuevo la puerta. Con pestillo. Vuelvo a poner cara de asco y comienzo a bajar las escaleras. En mis manos está aún el billete de color naranja. Lo miro. Y sigo alucinando hasta que comprendo lo que vale ese billete y me lo guardo a todo correr antes de que me lo vea alguno de mis otros hermanos. Si hay una razón por la que sé que tengo ese billete es porque no diré quién me lo ha dado. 

Adri tiene un secreto. Y yo tengo que guardarlo.



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