Capítulo 3

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"Te han dañado antes, puedo verlo en tus ojos. Tratas de sonreír a lo lejos, pero hay algunas cosas que no puedes ocultar."



El jueves mi compañera de trabajo me avisa que no va a asistir a clases el viernes, pero que el sábado podemos juntarnos a hacer parte del trabajo. Le ofrezco que venga a mi casa, ella acepta sin problema. Quedamos luego del almuerzo y allí estoy yo, ayudando a mi mamá a lavar la vajilla, cuando el timbre suena.

— Voy yo —digo.

Salgo de la cocina, cruzo la sala y observo por el pequeño orificio de la puerta que permite ver al exterior, es ella, acomodando su saco negro sobre sus muñecas. Giro la llave y abro la puerta. Alza la cabeza y me regala una sutil mueca.

— Hola, entra -digo haciéndome a un lado.

Ella entra en la casa y al pasar por mi lado se pone en puntillas de pie y besa mi mejilla. Cierro la puerta tras sus pasos y doy media vuelta.

— ¿Traes la fotocopia del trabajo? Me he olvidado de buscarla.

Ella sonríe levemente y palmea su bolso.

Sonrío.

— Puedes pasar a la sala, buscaré algo para tomar y vengo. Ponte cómoda.

Me adentro en la cocina y ella entra en la sala. Tomo la jarra con zumo de pomelo y dos vasos, mi madre me sonríe y me pasa una bandeja de madera.

— ¿Te gusta?

— ¿Quién?

— La chica -dice casi en un susurro.

Niego con la cabeza y me río levemente.

— Siempre haces tus trabajos con Calum o Ratliff, o ambos.

— ¿No eres tú la que dice que hay que ir variando?

Me golpea con el costado de su cuerpo y se quita el delantal.

— No le cuentas nada a tu madre.

— Mi madre es una entrometida. Y sabes que te cuento todo —digo en una queja alargada—, ella solo es mi compañera de clase.

— No la había visto nunca.

— Oh, vamos, no empieces —murmuro—. Ella no tiene amigos, mamá.

Frunce el ceño.

— La llaman "rara", en los recesos desaparece, anda siempre con un buzo o campera que no suelta de sus puños, no lo sé -alzo los hombros—. No habla con nadie y se sienta sola en clase.

Mi mamá hizo morros y luego me sonríe.

— Eres tan bueno —dice ladeando la cabeza— Doy gracias a Dios que tengas ese corazón.

— Cállate —me río y salgo de la cocina.

Cuando entro a la sala, Laura ya ha dejado su bolso sobre el sillón y está contemplado los portarretratos posados sobre la chimenea. Dejo la bandeja en la pequeña mesa del centro y ella voltea a verme.

— ¿Eres tú?

— No —me acerco a ella—, es mi hermano Riker.

Hace una mueca y señala otra.

— ¿Ese?

— Sí, ese sí.

— Se parecen mucho.

Alzo los hombros.

— La diferencia está en que Riker era un pequeño diablillo y yo era un santo angelito.

Invisible [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora