El punto de partida determina el camino

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Supongo que éste es el precio de la libertad: la huida. Llevo toda la noche al galope, siguiendo la calzada elfa en dirección norte. Las dudas me asaltan a menudo, por mi destino, por mi pasado, por mi situación. Me siento un órfico, un ermitaño y un exiliado. Las lágrimas me han caído, arrastradas por la velocidad y la noche. Dos días de libertad fueron más que suficientes para sentir aprecio por Krathoos y Dara. Ahora vuelvo a estar solo. Llevo tanto tiempo solo que no sé por qué esta situación me resulta ajena.

Antes de que el alba comience a llevarse la oscuridad, alcanzo a ver una luz sobre la calzada. Debe ser mi destino, pero mis fuerzas no dan más. Me muero de sueño y cansancio, y me está matando el trote del caballo. Varias veces me sorprendo quedándome dormido a horcajadas, pero con el ajetreo me mantengo despierto. En una de esas, cuando voy a abrir los ojos, veo una figura en el camino. Porta una antorcha. El susto que me llevo es tan grande que tiro fuertemente de las riendas de la bestia, y casi me voy al suelo. Ahí delante hay una mujer de pie, sujetando la antorcha con la zurda, y lo que parece un látigo con la diestra. –¿Hola? –debo admitir que la escena no me gusta. No responde. ¿Es sangre lo que le cae de los ojos? Iluminado por el tintineo de la antorcha, su rostro está cubierto de lágrimas de sangre. El caballo parece más asustado que yo, que da un respingo arrojándome al suelo. Me llevo un tremendo golpe, aunque logro pararme con las manos. La bestia da unos pasos hacia atrás. Pero ella ya no está. A lo lejos, en la noche, alcanzo a ver un ave marchándose. No puede ser ella...

La situación me consterna. ¿Qué era esa cosa? Me pongo en pie mirándolo alrededor, pero no hay ni rastro de ella. Voy hasta el caballo y lo monto, para retomar la marcha, sin dejar de preguntarme por lo que acaba de ocurrir.

Llego a Thor-Addil cuando ya ha amanecido, y ni yo ni el caballo podemos más, así que desmonto y recorro los últimos estadios de la calzada a pie. Se trata de una ciudadela pequeña, con una alta roca que sobresale de sus murallas. Al principio parece estar construida sobre el cauce del río, el Ethir-Aluadin, que debe nacer en el este, en el Bosque Prohibido de Loth-Darien, y continúa hacia el oeste, para recorrer toda la Tierra de Anne hasta desembocar en el océano. Pero cuando me acerco veo que de hecho, se halla en tierra firme, en la horquilla que forman dos afluentes. Donde ambos se reúnen para formar el cauce principal, se alza la atalaya triangular, de forma que los afluentes le sirven de foso defensivo. Esta atalaya supone un cruce entre caminos. Desde aquí la calzada continúa hacia el norte, pero también discurre siguiendo al río, hacia el oeste. La frontera de los territorios elfos.

El castillo tiene una muralla teñida de un tono ocre con diminutos ventanucos. Es lo suficientemente robusta como para haber resistido los embistes de los helenos en tiempos pretéritos. Esta ciudadela debió de cambiar de manos varias veces en el transcurso de la guerra. Ahora se alzan los estandartes de la Alta Estirpe de Laentis-Anne sobre las almenas: una tremendo felino con una espada en las manos y una corona en la cabeza estampada sobre una vela latina. Hay otros símbolos heráldicos, entre los que destaca un emblema que se repite mucho en los pendones que caen de las murallas y torres. Está dividido por una cruz en cuatro secciones, y en cada una hay un símbolo diferente: pero desde aquí no alcanzo a ver los detalles.

Para cruzar la puerta de acceso al castillo, debo atravesar el foso por un puente levadizo. Allí hay apostados cuatro guardias, además de los que pasean entre las almenas. Pero algo me extraña al llegar, esperaba encontrar elfos, y son cuatro hombres. Sobre ropas blancas, portan dignas armaduras que les cubren el pecho. Se protegen las piernas por un faldón metálico que cae de la coraza, además de por las grebas. Sus escudos son mucho mayores que los hoplitas, son alargados, pintados de blanco, con el emblema del felino en dorado. Por armas tienen altas lanzas como nunca antes había visto. No llevan yelmo alguno, y se recogen el pelo con cintas de color rojo.

El Triángulo SagradoWhere stories live. Discover now