-Le caes con un barbudo todo tatuado y se muere –dijo intentando distender la tensión que había quedado entre ellos.
Suspiró profundo. Lo respetaba, aunque no lo entendiera del todo. En el fondo sabía que él no iba a hacer nada mientras siguiera de novio. Sólo esperaba que supiera que ella tampoco cruzaría jamás esa línea invisible de lo correcto. 'Primero, soltero. Después se verá lo demás' se había dicho. No podía evitar sentir, pero iba a controlar sus acciones hasta que él fuera libre; si es que algún día lo era.
-Te estás olvidando del detalle más importante: un piercing en la nariz.
El comentario lo tomó por sorpresa y prácticamente se atragantó con la risa. Ella se rio de verlo. Se miraron un breve instante, como reafirmando que estaba todo bien, y lo empujó suavemente con su cuerpo tirándolo un poco del sendero.
Y caminaron los últimos pasos que les quedaban hasta la puerta del salón.
Extrañaba esos gestos. Esos pequeños momentos que la hacían sentirse especial. Extrañaba esa facilidad que tenía para reírse con él; de pronto le pareció que ya no sonreía tanto.
Era hasta gracioso pensar la gran relación que había formado con su papá. Estando totalmente solo en la capital, más de una vez su papá le había dado una mano o le había solucionado algún problema, y él le estaba agradecido, al igual que sus padres. De costumbres provincianas y sumamente desprendidos, mandar regalos, sobre todo productos artesanales, se había hecho casi una costumbre. Entre esos regalos estaba el famoso juego de ajedrez completamente tallado a mano. Se acordaba perfectamente la cara de su papá (que era un gran jugador) cuando lo había visto. A modo de retribución, y además de brindarle una especie de "apoyo familiar" a su hijo, sus papás habían devuelto los gestos también enviando cosas. Era increíble: las familias no se conocían, pero se trataban como viejos amigos.
Es verdad que las relaciones humanas fluctúan con el tiempo, pero ella jamás imaginó que su relación cambiaría tanto. Le costaba creer que menos de dos años atrás vivían momentos como aquél y ahora, casi dos años después, hacía más de tres meses que no sabía nada de él. 'Desde la noche antes que se fuera' se dijo.
Se había ido de intercambio a España. Eran tres meses, pero no sabía cuándo iba a volver. Sabía que sería pronto; no podía pasarse mucho de ese límite, porque tenía que hacer los trámites administrativos en la facultad. La noche anterior al viaje habían ido a cenar con un grupo de compañeros para despedirlo. Uno de ellos se había ofrecido a llevarlos de vuelta a sus casas. Casi ni tuvo tiempo de despedirse. Cuando bajo del auto (y él se tuvo que bajar también para que ella pasara, porque era un bicuerpo) le dio un brevísimo abrazo y le deseo buen viaje. Él le agradeció y le dijo que se verían a la vuelta. No hablaron más que eso. Pero no era tan sorprendente; después de todo, ya en ese momento casi no se hablaban. 'Y ahora me acuerdo por qué casi no hablábamos. Todo por esa estupidez mía ese día que...'
El sonido de su celular interrumpió sus pensamientos. Se apuró para sacarlo del bolsillo. Miro la pantalla para ver quién era.
-¡Ceci! ¿Cómo andás? –dijo atendiendo. Era una de sus amigas, una de las pocas de su grupo que había logrado atravesar la carrera en tiempo y forma junto a ella.
-¡Todo bien! Aquí en casa, tirada en la cama. ¿Tú? ¿Qué haces? –le respondió con su tonada. Ceci también era provinciana.
-Yo estoy intentando no ahogarme en el medio del temporal. Vine a la facultad a cerrar los papeles.
-¿¡ME JODES QUE ESTÁS EN LA FACULTAD!?
Le sorprendió un poco que le llamara tanto la atención.
-No, te digo en serio. Aunque técnicamente no estoy en la facultad; ya estoy volviendo a casa. ¿Por?
-Ay, porque justamente llamaba para contarte algo que te mueres. ¿A que no sabes quién me ha mandado un mensaje?
-Te diría que tu ex, pero no entiendo que tiene que ver eso con que yo esté en la facultad –le dijo medio divertida. El ex de Ceci era muy particular. Vuelta a vuelta insistía con que se vieran de nuevo, le escribía, la llenaba de flores... era todo un personaje.
-¡Ah, no lo nombres que aparece! No, ese no. Nuestro amigo, el viajante español. Ha vuelto. –dijo divertida.
Se paró en seco. Se le había acelerado el corazón. Pensó por un segundo que era su imaginación, pero no podía ser. ¿Lo había atraído con sus pensamientos? Se le cortó la respiración un segundo cuando recordó que ella no creía en las casualidades. ¿Qué era esto entonces? ¿Destino?
-Ey ¿estás ahí? –escuchó que Ceci preguntaba del otro lado del teléfono.
-S-sí, sí estoy acá. Se cortó un segundo –mintió. Si bien eran bastante amigas, Ceci no sabía toda la historia entre ellos, ni lo mucho que él significaba para ella. Habiendo tenido pésimas experiencias en el pasado, sólo le había confiado la historia entera a su mejor amiga. Después de todo, sabía muy bien que las chances de que un secreto se supiera eran aproximadamente iguales al triple de la gente que lo conocía. –Mira vos, no sabía que había vuelto. ¿Qué te dijo? –preguntó lo más casual que pudo.
-Nada, que había vuelto. Quería saber que papeles tenía que llevar a la facultad. Me parece que iba hoy. ¿No te lo has cruzado?
-No Ceci, claramente no. Si no te habría dicho. –la frase salió un poco más hostil de lo que hubiese querido, pero Ceci pareció no darse cuenta.
-Ah, capaz no fue. O va más tarde.
-Sí, puede ser. –y tras una breve pausa añadió: -Che, ¿Sabés qué? Estoy cerca de la estación y viste que se pone medio peligroso. ¿Te llamo cuando llego a casa, querés?
-¡Si, perfecto! Tengo que llamar a mamá igual, que no-se-qué quiere que le compre en no-se-dónde. Te llamé porque quería contarte el chisme –se rio. Ella siempre tenía toda la información, y le encantaba. –Hablamos después. ¡Beso!
-Beso Ceci –respondió y colgó.
Se quedó unos segundos con el teléfono en la mano, sin saber muy bien que hacer o que pensar.
El primer sentimiento que le llegó cuando su mente se reactivó fue una mezcla de dolor y celos. ¿Por qué la había llamado a Ceci y no a ella? Si ella siempre había sido la persona que lo guiaba en las cuestiones administrativas porque él era muy desbolado. ¿Por qué no recurría a ella como siempre? 'Probablemente porque lo único que hiciste este año fue tratarlo mal' se auto respondió.
Casi por instinto miró hacia atrás. ¿Estaría en la facultad? Por una milésima de segundo pensó en volver, pero su orgullo y el sentido del ridículo hicieron que desechara la idea rápidamente.
Miró hacia adelante. Estaba casi en la esquina y le quedaban solo dos cuadras hasta la estación. Respiró profundo y pensó racionalmente. Él odiaba la ciudad, y más cuando llovía. Lo más probable era que hubiese dejado los trámites para el día siguiente. El plazo vencía el viernes, por lo que todavía tenía tiempo.
Caminó unos pasos y el semáforo la detuvo en el cordón.
La llamada había desencadenado una explosión adentro suyo. Se dio cuenta que se había equivocado. No eran sus gestos lo que había extrañado. Lo había extrañado a él.
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Diez Cuadras
Short StoryDiez cuadras la separan de la estación del tren. Diez cuadras bajo la lluvia. Diez cuadras para recordar, intentar entender, perdonar y soltar una historia.
Octava Parte - Gestos
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