-Disculpame que te haya llamado el sábado, gracias por la ayuda.
-No hay nada que agradecer. Veo que pudiste recuperar tu teléfono y tus llaves. -le sonrió.
Era lunes y estaban caminando hacia la estación del tren. Se habían visto todo el día, pero era el primer momento en el que estaban solos.
-Sí, Juan me los alcanzó sin problemas. No estaba tan lejos. Gracias, en serio.
-¿Podés dejar de agradecerme? Lo único que hice fue mandarte un número por teléfono. No merezco ser canonizada por semejante estupidez.
Él se rio. Le encantaba verlo reír. Tenía una sonrisa franca. Lo miró fijo unos segundos, pensando. 'Se acuerda mi número de memoria' se repetía para sus adentros una y otra vez. El sábado a la tarde la había llamado por teléfono. Había ido a jugar al tenis con un amigo de la facultad y se había dejado el celular y las llaves de la casa en el auto. El portero le había prestado el celular para llamarla. 'Perdón que te moleste, pero tu número es el único que me acuerdo de memoria' le había dicho; y le pidió que le mandara el contacto de Juan a ese número, así podía recuperar sus cosas.
-Che, no puedo creer que te acuerdes mi número. ¡Cuánta capacidad hay en esa cabeza! -le dijo sonriéndole.
Finalmente lo había dicho. Pensó que los nervios no se lo iban a permitir, pero logró decirlo. Hacia dos días que le daba vueltas. Quería algún tipo de respuesta, de explicación. Quería escucharle decir ALGO, lo que fuera. Y también quería verlo. Medir su reacción, estudiar sus gestos. Como un niño que espera que su papá llegue con un juguete determinado solo porque lo desea, así esperaba ella notar un indicio, una pista, una pequeña luz que le dijera que no estaba deseando en vano.
Él se sonrió y con un gesto de la cabeza desechó el comentario sobre su capacidad.
-Será que te llamo mucho, cada examen que damos necesita de su repaso... Y son muchos exámenes.
Ambos rieron y la conversación se desvió hacia los parciales. Pero en su mente ella repitió, una vez más, 'Se acuerda mi número de memoria'.
Un trueno la trajo de vuelta al húmedo día de noviembre. Se acomodó debajo del paraguas mientras la lluvia recrudecía un poco. No entendía muy bien como todas estas imágenes se colaban sin pedir permiso en su cabeza. El episodio del celular había pasado hacía más de dos años. Pensaba que su cerebro lo había eliminado por completo de la memoria. 'Probablemente el cerebro sí, pero el corazón nunca' se dijo.
Muchas veces pensó que era su imaginación, o sus ganas, las que la llevaban a dudar, pero nunca había creído del todo la excusa de los exámenes. Era cierto que, en esa época, era tal la cantidad de parciales que rendían, las pilas de trabajos prácticos que tenían, que hablaban por teléfono no menos de 3 veces por semana. Eso aparte de las casi 8 horas que llegaban a compartir algunos días en la facultad. Pero la respuesta no la había convencido del todo. Tenía la sensación de que algo había quedado en el aire. Algo que él no quiso (o no pudo) decir; algo que ella no se atrevió a preguntar.
La memoria es algo curioso. Es selectiva; muchas veces recuerda solo lo que quiere. Los últimos meses habían sido un desfile de momentos amargos, de conversaciones a medias, de promesas rotas. ¿Por qué ahora le venían a la mente estos recuerdos de sus sonrisas, de sus charlas cómplices? ¿Por qué, si casi ni se habían hablado en el último año, incluso desde antes que él se fuera? De pronto se dio cuenta de que había sido su elección: ella había elegido acordarse de lo malo.
No entendía como las cosas habían llegado a ese punto. Era ridículo. Casi ni podía acordarse cuál había sido el motivo que había desencadenado todo. 'No, no te mientas. Te acordás perfecto. Fue tu orgullo' le dijo una voz en su cabeza. No podía negar lo que su propia conciencia sabía. Ella había elegido el enojo y la distancia. Había marcado el ritmo; y él, en lugar de discutirlo o cambiarlo, lo había seguido. Fuera por incomprensión o por comodidad, no había hecho nada por cambiar la realidad. Y las consecuencias estaban a la vista.
Un bocinazo la hizo saltar hacia atrás con velocidad. El conductor del auto le grito algo que no llegó a distinguir del todo. Supuso que era un insulto. Se lo merecía. Se había vuelto a perder en sus pensamientos: se había olvidado que el tercer, cuarto y séptimo cruce no tenían semáforo. 'Y yo ya no tengo cabeza' murmuró.
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Diez Cuadras
Short StoryDiez cuadras la separan de la estación del tren. Diez cuadras bajo la lluvia. Diez cuadras para recordar, intentar entender, perdonar y soltar una historia.
