-Muchas gracias por traernos pá –le dijo mientras le daba un beso en el cachete y le limpiaba con el dedo el resto de labial que le había quedado en la cara.
Estaban en la Costanera. Tenían una fiesta y cómo le quedaba bastante lejos para pagar un taxi, su papá se había ofrecido a llevarla. Y le había hecho extensiva la invitación a él, ya que no vivía tan lejos de su casa y no tenía movilidad propia.
-Sí, muchas gracias de verdad –le dijo él dándole la mano desde el asiento de atrás.
-¡Por favor! No hay por qué. Siempre es un gusto verte. Mandale mis saludos a tus papás y agradeceles de nuevo ese ajedrez. Realmente es una belleza. Bueno, pásenla bien. Y saludos a Ceci de mi parte –le dijo volviéndose hacia su hija.
-Gracias pá.
Ella bajó del auto más rápido y esperó a que él hiciera lo mismo. La sorprendió ver que tras cerrar la puerta de atrás, caminó unos pasos y se asomó por la ventanilla del acompañante.
-Muchas gracias de nuevo. Y quédese tranquilo, que a la vuelta yo la acompaño hasta la puerta –le dijo a su papá.
No podía creer lo que escuchaba. Se quedó casi inmóvil, como si estuviera pegada al piso. Definitivamente no esperaba que él hiciera ese comentario.
Su padre le agradeció, volvió a saludarlos y se alejó.
Tan pronto como pudo reaccionar, giró sobre si y empezó a caminar. Tenían que recorrer un caminito desde donde estaban hasta el salón propiamente dicho. Era de piedras y estaba tenuemente iluminado por farolas antiguas.
Era una noche preciosa; unas de las primeras noches cálidas de fines de octubre.
-Che, ¡que cuida que estás! –le dijo riendo lo más naturalmente posible cuando sintió que él se le había puesto a la par. Quería evitar hacer mención a su comentario, pero era más fuerte que ella. Esos pequeños gestos que tenía, esas frases que soltaba a medias y dejaba flotando en el aire... la confundían, la hacían replantearse realmente que era lo que había entre ellos.
-Y... ¡Tony me mata si no! –dijo devolviéndole la sonrisa. –Sos su único motivo de preocupación. Y la noche en la ciudad es complicada.
Pausó por unos segundos y luego agregó:
-Va a ser tremendo cuando te pongas de novia.
Ella se sorprendió ante el comentario. Casi sin pensarlo levanto la vista del piso y sus ojos se encontraron.
-Depende de quién sea el novio –le dijo, sosteniéndole la mirada.
Pronunció las palabras lo más claramente que pudo. Quería que las comprendiera en toda su dimensión. Vio el brillo de sus ojos en un instante fugaz; sabía que estaban hablando el mismo idioma.
El nombre 'Inés' cruzó por un segundo su cabeza, pero por primera vez, no le importó. Todo lo que valía en ese momento eran ellos; sus gestos, sus ojos hablando un idioma que escapaba a las restricciones que las circunstancias imponían. Shakespeare decía que la mirada era el verdadero lenguaje del corazón. Y ella supo en ese momento que él la quería. La quería como más que una amiga. Y la quería para él. Pero tenía miedo. Miedo al cambio de realidades, miedo a pegar el salto hacia algo que no conocía.
Y supo también que fue el miedo lo que lo hizo bajar la cabeza y romper el contacto visual. El miedo y la culpa. Culpa por querer dejar atrás una relación que, aunque lo había hecho muy feliz, había perdido la mayor parte del afecto que la cementaba.
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Diez Cuadras
Short StoryDiez cuadras la separan de la estación del tren. Diez cuadras bajo la lluvia. Diez cuadras para recordar, intentar entender, perdonar y soltar una historia.
