Sexta Parte - Inés

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-Tuve una pelea muy fuerte con Ine, por eso me ves así.

Lo dijo de la nada y mirándola directamente a los ojos; y ella pudo ver su tristeza. Le partía el corazón verlo así. Tres veces en diez minutos le había preguntado si le pasaba algo. Él se lo había negado sistemáticamente. Sabía que estaba mal, porque era evidente. Pero quería saber por qué. Quería ayudarlo, en lo que fuera, como fuera.

-Uh, bueno... tranquilo -le dijo mientras buscaba desesperadamente en su cabeza palabras que lo reconfortaran más que esas. -No es la primera vez que se pelean. Va a estar todo bien.

-No sé. Esta vez fue distinto. Estoy cansado ¿sabés? No sé si puedo seguir así mucho tiempo. No sé si quiero.


Inés. Exhaló. Inés era todo un capítulo aparte en esa historia. Inés, su novia; esa figura misteriosa que tantos sentimientos le despertaba.

Todavía no sabía si odiarla, envidiarla o tenerle lástima.

Al principio la envidiaba. No la conocía, porque se había quedado estudiando en su provincia, pero se la imaginaba como una super mujer. Pensaba que era de esas chicas que lo tienen todo: simpatía, belleza, personalidad... y un hombre increíble al lado. Tenía la sensación, un tanto naïf, de que para tener semejante novio, ella debía de ser sumamente especial.

Conforme fue pasando el tiempo, sin embargo, esta idea pareció desvanecerse poco a poco. Las veces que él la nombraba (y no eran muchas) era para criticar algún planteo o destacar algún rasgo que no la favorecía. 'Ella siempre se queja de esto' 'Si Ine estuviera acá estaría de mal humor' 'Me sale con escenas ridículas delante de mi familia', eran algunas de las cosas que había escuchado. Le resultaba increíble que nunca tuviera algo lindo para decir. Llegó incluso a pensar que su cabeza le jugaba una mala pasada, que en realidad escuchaba lo que quería escuchar; pero después de oír el mismo comentario de varios de sus compañeros se convenció de que no se estaba imaginando nada: él hablaba sobre Inés de la misma manera con todo el mundo.

La sorprendió. No se podía negar que le tenía cariño, pero no parecía enamorado. No parecía querer estar en esa relación. Pensó que era su mente, o mejor dicho, que era su corazón el que deseaba que fuese así, que fuese una relación vacía y sin sentido. A medida que pasó el tiempo, sin embargo, supo que en parte era así: él no estaba convencido de estar en esa relación.


-¿Te puedo hacer una pregunta, sin que te ofendas? ¿Estás bien vos con Inés? Porque no sé, me da la impresión de que no estás muy contento. No sé, capaz nada que ver, pero me dio esa sensación.

Había intentado elegir las palabras cuidadosamente, para que no hubiese lugar a malas interpretaciones. Había intentado mantenerse al margen mucho tiempo, pero estaba en un punto en el que quería saber que era lo que realmente pasaba. Sentía que las menciones sin elogios habían llegado a un límite. Necesitaba escucharle decir algo concreto.

-Y... ahí estamos. La distancia hace todo más difícil. Y su forma de ser sumada a las cagadas que me mande... No es la mejor combinación.


Recordaba como en ese momento había captado a la perfección el sentido de lo que quería decir: Inés era celosa (muy celosa) y él todavía seguía sintiéndose culpable de los errores que había cometido en el principio de la relación.

Se habían conocido en el secundario y se habían hecho amigos. Habían empezado a salir en el último año del colegio. Él nunca había sido un chico de relaciones serias. En ese momento, su mamá se había quedado sin trabajo, su hermano había dejado la provincia para estudiar en el exterior gracias a una beca y él y su papá eran los que se encargaban de todo; sumado a que le faltaba sólo un año para pasar del colegio a la universidad, cambio no menor. En ese contexto inició su relación con Inés, que pretendía algo serio y con exclusividad; ella esperaba que fuera distinto a cómo había sido en relaciones anteriores, ya que, después de todo, eran amigos. Él tenía demasiadas cosas en la cabeza como para pensar en este punto. No lo tuvo en cuenta. El resultado fue más que obvio. Y si bien ellos nunca lo habían hablado abiertamente, Inés sabía que durante ese año no había sido la única.

El fin de una etapa y el comienzo de otra distinta, con una mudanza hacia otra ciudad, y la independencia y responsabilidad que conllevaban el hecho de vivir solo, habían logrado en él una maduración bastante importante y bastante rápida. Había reconocido su error, y estaba dispuesto a repararlo por todos los medios posibles. Pero la semilla estaba plantada. E Inés no parecía querer dejárselo pasar.

Lo que sí pasó fue el tiempo. Y la distancia y el crecimiento personal de cada uno fueron (como agentes naturales independientes de todo lo demás) separándolos y llevándolos por caminos no siempre paralelos. Era una realidad innegable, por más esfuerzo que hicieran para mantener su relación.

Ella creía que lo que él había hecho había estado pésimo. Y se lo había dicho. Habiendo estado en el lugar de Inés, sabía perfectamente lo que se sentía. Ese era el gran motivo por el cual la desvelaba el quererlo: se sentía culpable de haberse enamorado de alguien que estaba en una relación. Sabía que no podía controlar lo que sentía (por más que lo había intentado) y que, lo que sí podía controlar, que eran sus acciones, lo hacía a la perfección; pero en el fondo no dejaba de sentirse mal. Creía, sin embargo, que la actitud de Inés de seguir estando junto a él y recordarle siempre constantemente el daño que le había hecho no era la mejor opción. Además de quedarse en el pasado, lo único que lograba era que ninguno de los dos fuera feliz.

Pero entendía también que le daba resultado. Y después de conocerlo, entendía el por qué.

Ese fue el primer momento en el que dejó de idealizarla. Se dio cuenta el motivo por el cual se empecinaba en traer ese primer año de relación una y otra vez al presente: a él le generaba culpa. Sabía que había actuado mal, y la culpa lo carcomía. Era muy culposo. Y muy rutinario. Y la combinación era perfecta para Inés: el miedo a cambiar y dejar algo que ya estaba establecido, y la culpa por el daño que le había hecho, bastaban para que le siguiera dando oportunidades a una relación que, todos coincidían, de cualquier otra forma hubiera terminado tiempo atrás.

Ella no entendía como alguien que era tan brillante para algunas cosas se sentía preso de seguir en una relación que lo ahogaba. No lograba comprender como no se daba cuenta de que, a la larga, los dos terminarían sufriendo y sintiéndose miserables. Y que cuanto más tiempo pasara, peor sería.

Tampoco entendía como Inés podía ser feliz en medio de esa relación, que se sostenía a base de un círculo vicioso. Solo le quedaba pensar que era de esas mujeres que se aferran a lo que tienen, sólo por el hecho de tenerlo. Siendo honesta, estaba casi convencida de que era así, pero al no conocerla personalmente tampoco tenía elementos para analizarlo del todo bien.

Se acordó del momento en el que la había conocido.

Un cumpleaños de uno de los chicos de la facultad en una quinta. Ella estaba de visita y habían ido juntos. Era bonita, alta y rubia, y tenía rasgos muy finos; pero no era para nada agradable. Saludo a todos cordialmente, pero no derrochó simpatía. Los varones la tildaron de "estirada" rápidamente y pasaron a ignorarla. Las chicas intentaron integrarla a las charlas, pero se mantuvo al margen. Ella la observó a lo largo de la noche: tenía mala cara, se notaba que la estaba pasando mal. Y él... bueno, no hacía ni falta aclarar. Se acordaba que en un momento se lo había cruzado en la salida de la cocina. Estaba sólo. Le había sonreído (la primera sonrisa que le veía en toda la noche) y le había dicho '¿Me crees si te digo que ella quiso venir? Yo le había propuesto otra cosa. La verdad, ojala hubiese venido solo'. Había quedado todo más que claro.

Y sin embargo, sorprendentemente o no, a pesar de todo, los años habían pasado y la relación seguía en pie. Igual que siempre, con periodos de grandes peleas y horas de separaciones, pero en pie. Y ella no tenía más remedio que aceptar que le dolía.

El viento le golpeo la cara y sintió resurgir el pensamiento que había reprimido hacía tanto tiempo, con mayor intensidad de la que recordaba: 'Podría haber sido mucho más feliz conmigo'.

-¡Ay la puta mad...! -miró al suelo. Había pisado una baldosa floja y ahora tenía el pie y media pierna completamente mojados y cubiertos de barro. 'Perfecto' pensó. Miró hacia adelante. Ya había pasado la mitad de camino. Desde el punto en el que se encontraba, las cuadras siguientes no se veían muy prometedoras.


Diez CuadrasWhere stories live. Discover now