1. De camino a Estigia

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La noche en la ciudad era como en cualquier otra, donde la justicia era dictada por los que tenían poder y contrataban a los que no saben otra manera de conseguirse el sustento más que matando. La calle atestada de delincuentes, drogas y muerte, un panorama que confirmaba que mi trabajo era absurdo pues no era necesario estar presente para darme cuenta que lo que dictaba se hacía.

Mi labor era simple: mantener las calles limpias de tanta basura existencial, de aquellos con una vida pésima que huían de mí para seguir en la miseria. No los entendía, el ser humano era una criatura tan patética que creía que porque podía evadir la muerte o vagar en la tierra escondiéndose, se librarían de mí.

Me dirigía a Estigia, lugar ubicado en el centro de la ciudad, el cual era un club nocturno pero en realidad cumplía otra función. Fue irónico nombrarlo así pero, qué más podía hacer luego de que el mundo se reformara con el tiempo.

Las calles estaban empapadas por las lluvias anormales, otra de las tantas cosas que los humanos afectaron luego de que mi hermano los dejara hacer su voluntad al olvidarse de nosotros.

A veces pensaba que fue buena decisión por parte de Zeus permitir que ellos cambiaran la tierra a su antojo, pero con lo que no contábamos fue con la basura que buscaban para reemplazarnos, simples metáforas para negarse a que nosotros somos más reales que el aire que respiraban o la muerte que fácilmente podía darles.

Luego de caminar un par de cuadras, me di cuenta que alguien me seguía; creen que soy idiota pero los veía, me perseguían para quizás robarme o matarme; "pobres imbéciles".

Me detuve a la mitad del callejón por donde deambulaba. Saliendo de allí estaba el club, cruzando la calle, había gente haciendo fila para entrar, lo habitual. Cabizbajo, vestido con una chaqueta gris con capucha, unos jeans desgastados y unas zapatillas grises, esperaba a que llegaran.

—¡Hey, tú! —gritó el pandillero.

Me giré lentamente, por entre el albornoz podía verlo: gordo por el ocio, con tatuajes para tal vez demostrar su estatus en la organización criminal a la que pertenecía. A su lado uno más flaco, casi parecían clones vestidos de la misma manera, al parecer era su aprendiz pues lucía como alguien menor.

—¡Dame todo lo que tienes! —profirió el gordo mientras de su cinturón desenfundaba una pistola.

Los examiné, vislumbraba que la luz de vida que emanaba de su corazón aún le quedaba diez años y a su compañero unos cuatro. Acordamos con mis hermanos que la vida humana no se debía acabar o alterar por nosotros por lo que no podía hacer nada para arrastrarlos conmigo, pero si darles una lección.

Me retiré el albornoz que cubría mi cara, revelando mi identidad. Ambos me percibieron con cierta extrañeza. En parte lo entendía, no me gustaba ocultar el rojizo de mis ojos que heredé por nacimiento.

—¡Ojos raros, con eso no nos intimidas! —bramó el otro hombre, sacando una navaja de su bolsillo.

Sonreí a medias; no disfrutaría en pleno de un real enfrentamiento pero si podría dañarlos un poco. El gordo ladeó la cabeza en mi dirección, indicándole al otro que fuera a por mí. El flaco, sosteniendo su navaja en alto se aproximó decido mientras, me limité a alzar las manos para demostrar mi indefensión.

Él no le importaba, no sentía pena por mí y era por esas cosas que decidí subir a este plano terrenal, para comprender por qué esa actitud hostil por unos objetos vanos que no valían la vida que ellos sin el menor rencor arrebataban.

El tipo se lanzó, apuntando el cuchillo en mi vientre, logré evadirlo impulsándome hacia atrás. En su misma posición dirigió el arma a la derecha lastimarme el brazo pero conseguí quitarme a tiempo. Tal acción inevitablemente me hizo reír, por lo que él me vio, enfurecido. Para darle un incentivo, volvió a apuntarme en el abdomen, dejando que mi cuerpo lo recibiera. Sentí una punzada y el ardor de la herida abierta, sensación a la que aún no me acostumbraba. Tener un cuerpo humano para andar en este mundo no me agradaba del todo pero, según mi hermano, debía tenerlo para guardar las apariencias.

El Descenso De Hades ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora