Capítulo:3 La oración de las rosas

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¡Qué sería la vida sin rosas!

Una senda sin ritmo ni sangre,

un abismo sin noche ni día.

Ellas prestan al alma sus alas,

que sin ellas el alma moría,

sin estrellas, sin fe, sin las claras

ilusiones que el alma quería.

Federico García Lorca

El miércoles por la mañana tocaba " la generación de los años 60". La década de oro de la literatura latinoamericana, el llamado boom. Una asignatura dedicada a los escritores latinoamericanos más importantes de aquellos años, Julio Cortázar, Mario fuentes, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa. Todos los grandes.

Al mirar al profesor no pude evitar compararlo con mi perfecto Ben. No tenían nada en común. Ojalá todos los profesores fueran como mi chico perfecto. Seguro que acudirían muchas más chicas a las clases pero el señor López, como se llamaba, era muy distinto. Un hombre argentino de unos 50 años de metro setenta, canas y un estilo un poco anticuado. Llevaba un traje marrón y parecía una persona muy distante pero me caía bien. Resultó muy simpático y con sentido de humor cosa que yo valoro mucho en una persona. Después del recreo empezó a hablar sobre el tiempo paradisiaco en el que una pléyade de escritores americanos propone una manera fresca de mirar y de sentir la vida y nosotros tomábamos notas de lo que nos contaba.

A cabo de un cuarto de hora después del recreo un hombre interrumpió la clase llamando la atención al entrar en el aula. Llevaba un gigante ramo de flores. Un ramo buenísimo. Una combinación de rosas rojas y blancas. Todas las chicas lo miraron para ver cuál de todas sería la afortunada. Yo había descartado la posibilidad de que fueran para mí y me invadió un sentimiento de tristeza. Nadie, nunca me había regalado flores y cosas como estas me proporcionaban cierta melancolía. Me sorprendí muchísimo cuando el chico empezó a acercarse cada vez más hacia donde yo estaba hasta que al final me pregunto si era la señorita Clos y después de mi respuesta afirmativa me entregó el maravilloso ramo. No me lo podía creer. ¿De quién serán? - pensé. Sofía me miró con una expresión de asombro y me preguntó: - ¿De quién son? - ¨No lo sé¨- contesté levantando los hombros. De repente noté las miradas de todos los estudiantes y me sonrojé. No me gustaba llamar la atención y en aquel momento me sentía más incómodamente que nunca. Mientras me preguntaba de quién podrían ser las flores la voz del profesor López me hizo regresar a la realidad.

- Entiendo que tenga admiradores, señorita, pero la próxima vez pídeles que le envíen las flore a casa. No es bueno interrumpir la clase. - dijo sonriendo. - ¡Ay la juventud!- añadió.

En aquel momento quería desaparecer. Nunca antes había provocado un problema durante mis estudios y las palabras del profesor López me hicieron sentir mal aunque sabía que estaba de broma. De todas formas tenía razón. Había interrumpido la clase.

- Lo siento mucho, Señor - conseguí decir con un hilo de voz.

Sofía que me conocía bien se había dado cuenta de mi estado e intento tranquilizarme mirándome con una cara como diciendo: no pasa nada. No le hagas caso. Yo le Sonreí. Sí, ese tipo de amigas. Tan intimas que hasta podemos comunicarnos con los ojos.

Al intentar dejar el ramo de flores en el asiento de al lado me fije en una pequeña cartita que lo acompañaba. En la carta estaba escrito:



Querida Kate:

Muchas gracias por el libro. Sabía que no me iba a decepcionar. Nos vemos por ahí,

Sin ti siempre es de nocheМесто, где живут истории. Откройте их для себя