Masticó su sándwich más rápido de lo normal, estaba nervioso, Amanda había olvidado de cerrar las cortinas y posiblemente pensaría en sacarse el vestido que llevaba puesto. Así fue, la chica comenzó a subir su vestido sin antes bajar la cremallera que se encontraba detrás.

— Demonios —murmuró William, tirando los binoculares en el escritorio, mirando hacia otro lado.

Sabía muy bien que a pesar de vigilar sus movimientos las veinticuatro horas del día, ella necesitaba tener un poco de privacidad. Se juró a si mismo no mirarla mientras se cambia, ni muchos menos desnuda pero muchas veces William solo trataba de resistir la tentación de hacerlo.

Tendió una mano hacia los binoculares pero luego negó con la cabeza reiteradas veces, debía sacar esos pensamientos de su cabeza. Debía distraerse, buscó muchas maneras de pensar en otra cosa. Pero no resistió mucho tiempo, arrastró su silla hacia el escritorio bruscamente y se tiró literalmente a agarrar sus binoculares.

Cuando los alcanzó ya era demasiado tarde, la muchacha había cerrado las cortinas. Suspiro pesadamente ordenando su cabello blanco y se rió de si mismo mientras recostaba la cabeza en el escritorio, se había caído de su silla. Luego volvió a dejar los binoculares en la fría madera y se recostó en su asiento nuevamente.

Estaba cansado, él ya no era el mismo, podía sentirlo. Sus motivaciones y sueños se habían esfumado, como su cordura o eso era lo que creía.

Pensaba en lo horrible que fue para él, enfrentar tantas cosas horribles en su niñez, no deseaba que nadie padezca lo que él tenía. Los maltratos de su padre, quién desapareció cuando el cumplió los doce años, no eran mas que tonterías comparadas con lo que sufrió luego. Pero aún así, había dejado una marca en William que él nunca más olvidaría.

— Desgraciado —dijo para si mismo, poniendo sus manos en la cara. Estaba irritado, le dolía la cabeza—, solo trata de librarte de esa voz.

La voz de su padre, esa que escuchaba todos los días antes de dormir (si conciliaba el sueño). William estaba seguro que era otro truco mas de su mente, debía librarse de eso y si lo lograba, podía engañarse a si mismo de que todo iba a mejorar (como había dicho el doctor).

De pronto, un sentimiento de tristeza lo invadió pensando en todas las personas que iba a desilusionar, como su madre y en cuanto daño le podría hacer a Amanda.

Se acercó a uno de los cajones del escritorio, al abrirlo buscó entre sus cosas. Observó sus pastillas, un pedazo de papel y la fotografía de su madre, nada servia. Hasta sacar esa libreta de cuero que tanto buscaba. Esta contenía los hechos de su vida desde los diez años, era un diario personal.

—Todo lo que llevo escribiendo desde el año pasado, no es más que pura mierda, excepto a Amanda —protestó indignado, recorriendo las páginas—. Ahora que lo pienso, lo único que escribo es de Amanda.

Era cierto, pero eso tenía cosas positivas, Amanda lo hacia olvidar de sus problemas. Había olvidado las sombras que aparecían en su cuarto por la noche, las cuales siempre pedían algo de él. No había registros de ellas desde hace varios meses, podía asegurar que ahora todo mejoraba y tenia que darle ese punto a favor a las medicinas que el psiquiatra le recomendaba.

Pero solo a veces continuaba escuchando los gritos de dolor de su madre cuando era pequeño, todo por culpa de su padre. Entonces decidió escribir esa hoja en blanco, siempre hablando de la misma persona:

20 de junio: Amanda llegó con un vestido rosa salmón a las siete de la mañana. No tengo idea pero me encanta como le queda. El doctor diría que estoy en estado depresivo en estos momentos, ridículo. Cambio y fuera.

EsquizofreniaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora