Salí envuelta, ya sintiéndome mucho más estable. Después de todo mi cuerpo podía sanar por si solo a los pocos minutos, era impresionante.

—No estuvo mal lo que has dicho. Ese idiota sufrirá de algún modo u otro, eso te lo aseguro.

(...)

Me frené frente a las puertas del Campo de Entrenamiento y desenvainé mi daga antes de abrirlas. Todos estaban concentrados en sus actividades, siendo inspeccionados por un grupo de científicos y entre ellos, el dueño de este laboratorio.

Fui siguiéndolo, a medida en la que recorría el área, pero de un momento a otro había desaparecido. Me frené de golpe, sin dejar de buscarlo con la mirada.

Sentí un cosquilleo en la nuca y el tacto de alguien sobre mi hombro. En el acto me giré y frené la daga antes de clavarla en su cuello. Ares ni siquiera se sorprendió ante mi reacción.

—Me he acostumbrado a esto.

Alejó la filosa hoja, de su cuello. Extendió sus brazos y esperó. Parecía querer abrazarme. Me acerqué a él y lo abracé fuertemente. Sentí unas ganas inmensas de llorar, en ese momento. No era un llanto de dolor ni uno de felicidad. Estaba afligida y angustiada. No sabía ni por qué lo estaba abrazando, simplemente necesitaba tenerlo cerca.

Pude haber muerto y no encontraba forma de tomarlo a la ligera.

Cuando Ares me devolvió el abrazo, fue como si un botón accionara mi llanto. Cerré los ojos con fuerza para sentir más seguridad de mí misma. No pude evitar sentir que alguien me miraba. Apenas abrí los ojos, se me apareció el rostro de Sigma a unos metros de distancia. Me separé automáticamente y encaré al desgraciado, sin dudar sobre mis actos. Antes de que pudiera hacer algo, Ares me frenó por el brazo. Al intentar soltarme de su agarre, la telequinesis me hizo empujarlo hacia atrás.

La oportunidad de acabar con todo esto estaba frente a mí. No la dejaría pasar.

Fui dispuesta a clavarle la daga en el cuello, pero su imagen desapareció.

—¡Acércate cobarde! —le grité al aire, sabiendo que él me estaría oyendo.

Me calmé y pensé. ¿Cómo haría para acabar con él? No tendría sentido matarlo sin más. Después de todo, estando atrapada dentro de este laboratorio, ¿cuáles serían los beneficios? ¿Y las consecuencias?

De nada serviría arriesgar la vida del resto por un simple acto de venganza. Tiempo tenía de sobra como para planear algo.

Pero algo seguía inquietándome. Aún continuaba con aquella sensación de cuánto más podría continuar así, fingiendo que en verdad no le temía a la muerte.

No podía evitar imaginar un final en donde me viera desplomada en el suelo con un charco de sangre a mi alrededor y lo peor a manos de ese hombre.

—Son solo sus hologramas molestándote. Ven conmigo. —Ares me distrajo de mis pensamientos. Se echó la chaqueta camuflada al hombro, y empezó a caminar.

Lo seguí hasta el cuarto A, aun pensando en aquella horrible escena.

Entramos en el cuarto de armas y cerramos la puerta.

El silencio era espectacular. Resultaba extraño no escuchar el bullicio constante y los gritos del resto de los miembros.

Ares abrió el estuche de cuchillos y sacó tres.

Me senté al borde de la mesa, con los brazos cruzados, y lo vi lucirse en su mayor habilidad.

Tres blancos se levantaron y así mismo, tres blancos terminaron con un cuchillo clavado en el medio del pecho.

—¿No quieres intentarlo? —Me ofreció una cuchilla de hoja dorada.

La acepté. Quise concentrarme en mi objetivo, pero me frené antes de lanzar. Me quedé paralizada, como si nunca antes hubiese agarrado un cuchillo en mi vida. Lo regresé a su lugar correspondiente en el estuche y me senté con la espalda contra la pared, a una orilla del cuarto.

Sentí la mirada de Ares sobre mi cabeza y al rato su cuerpo acomodándose a mi lado.

¿Qué habría pasado si hubiera muerto en esa pecera de cristal?

Lo habría perdido todo... Una vida por delante, amigos, oportunidades e incluso la pequeña oportunidad de entender lo que me pasaba cuando tenía a este lindo chico de ojos verdes cerca.

Pensar en que no podría darme el lujo de acabar con todo este problema.

Empecé con un suspiro ahogado. Apreté los labios y me fijé en que la puerta permaneciera cerrada. Me cubrí la cara con ambas manos y en ese momento no pude evitar soltar un sollozo que llegó a sorprenderme. Nunca había oído algo similar.

—Tú eres fuerte, Scarl.

Ares me abrazó por los hombros.

—Ser fuerte no me sirve de nada, Ares —le respondí con la voz entrecortada.

Siempre pensé que la fuerza era una de las cualidades que más me definía. Pero al parecer, nunca me dispuse a calcular mi grado de fortaleza.

Aquellos sentimientos, que treparon por mi cuerpo desde el primer día en el que me trajeron al Laboratorio Delta Sigma, fueron los culpables de que mi fortaleza interior decayera tan rápidamente. Realmente no estaba preparada para ello.

Sentí preocupación desde el primer momento en el que escuché las voces de aquellos hombres frente a la puerta de mi antigua casa.

Ansiedad, por no tener en claro lo que harían conmigo.

Inseguridad, ante cualquier acto prudente que se me ocurriera.

Impotencia, luego de ver cómo invadieron mi privacidad y me despojaron de mi antiguo yo.

Angustia, a medida en la que me volví un problema dentro de la plataforma.

Tantos sentimientos como esos me invadieron de golpe. Pero nunca faltaba el más complicado de admitir...

Miedo. Desde que desperté en aquella camilla el primer día. Miedo por no saber si algún día tendría la chance de volver a ser libre. No tenía el coraje necesario como para enfrentar mi nueva imagen.

—No soy tan fuerte como creí —admití, limpiándome las lágrimas.

—¿Acaso no lo entiendes? —Agarró mi rostro entre sus manos y me consoló con una cálida mirada—. Estuviste a punto de morir y aun así estás aquí. Tú sola has logrado salir de aquella caja de cristal... Saliste con vida, Scarl.

Guardó silencio durante unos segundos y me analizó antes de volver a hablar.

Ares parecía saber seleccionar las palabras adecuadas antes de abrir la boca.

—No te gusta llorar. —Confirmó entendiendo—. Esa es la razón por la cual sientes que no eres fuerte.

—Llorar me hace aparentar ser débil —agregué, restregándome la cara—. Me hace sentir vulnerable y no me gusta quebrantarme con tanta facilidad.

—Llorar demuestra que sigues viva por dentro, Scarlett —recitó, queriendo sonar convincente—. El llanto es como una pequeña llama de fuego. La cual se aviva cuando algún evento logra tocarnos profundamente y de algún modo buscamos regular la intensidad de esa llama, ¿sabes cómo? Con lágrimas.

Me quedé en silencio saboreando sus palabras.

—¿Prefieres ir a comer algo o acuchillar algunos muñecos? —me preguntó Ares, escanéandome con la mirada.

—Me gustaría quedarme aquí contigo en silencio.

—A mi me gustaría también— sonrió.

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No Soy una Falla ||LIBRO 1||Where stories live. Discover now