Allí, pasan los minutos y la mujer no pronuncia palabra. Su boca está tan sellada, que ella ni siquiera regresa los saludos que un par de vecinos le dirigen y esto, a causa de que en sus pensamientos rondan las imágenes de un camino que se ha hecho eterno a sus ojos; un sendero que cada día se ha vuelto más espinoso debido a las preocupaciones que se acrecientan dentro de su interior desde el momento en que descubrió lo que vivía en su hija. A ella le es difícil entender, que algo que en otro tiempo pudo haberla llenado de orgullo, lo único que ahora le provoca es una enorme aversión. ¿Acaso es su recompensa por convertirse en una desertora? o, ¿es producto de su decisión de aquel entonces y que produjo el deceso de...?

Caroline mueve su cabeza de un lado a otro para que esos pensamientos no la sigan perturbando.

Ante este último hecho y tras haber estado observando detenidamente a su madre por un tiempo producto el extraño silencio que ha reinado, la pequeña abre su boca.

―Mami, ¿qué te sucede? ¿Te sientes mal? ¿Te duele algo? ―pregunta Julia sin comprender el comportamiento de Caroline.

―Hija, todo está bien. ―Miente la joven entre tanto trata de sonreír―. Estoy feliz y agradecida de tener una hermosa familia.

―¡Qué bien! ―Expresa la niña, dejándose convencer por las palabras de Caroline―. Mami, hoy tengo examen de Matemáticas.

La joven sonríe y es que esto ha surgido como el tema perfecto para cambiar sus ánimos y pensar en cosas positivas. De esta forma, puede ver a su hija tal lo desea: como una niña normal que algún día se convertirá en una gran mujer.

―Ayer no te observé revisar tu cuaderno, ¿estudiaste?

―No, está fácil. ―Ríe con inocencia―. Además, yo no estudio, mami.

―Tienes una mamá olvidadiza. Olvidé por completo que tengo una hija tan inteligente, que no necesita estudiar. ―Sonríe y besa el cabello azabache de la niña―. Te amo. No olvides cumplir nuestra promesa.

Por un momento, a pesar de que no desea contrariar a su progenitora, Julia deja de optar por aquel mutismo y aceptación que sabe es la línea a seguir.

―No lo entiendo, quiero ser la mejor. ¿Por qué no puedo sacar un A+, mamá? ―señala haciendo pucheros.

―Sabes que puedes obtener esa nota, pero no en todo. Julia, eso no se puede hacer siempre y lo sabes ―dice Caroline con firmeza, dejando que la ansiedad la asalte―. Hija, hicimos una promesa donde mencionaste que no preguntarías la causa. Obedéceme, por favor. Yo quiero lo mejor para ti. Tú siempre serás excelente. Cuando crezcas un poco más, tu padre y yo te explicaremos todo.

―Está bien, lo haré.

Vuelve a reinar el mutismo.

Caroline mira a su hija de pies a cabeza. Es un momento incómodo para ella ya que su adorada niña quiere hacer algo y ella tiene que negárselo. Esto es doloroso y quizás decirle la verdad a la pequeña la haría sentirse liberada pero, ¿a qué precio? La libertad de su hija tiene un mayor precio, incluso uno mayor que el de su propia libertad.

Por otro lado, la que también lidera una batalla mental es la niña. Sin embargo, no es por la misma reflexión que tiene su madre, puesto que ella es ignorante de ello. No, su conflicto se debe a que ha recordado una de las tantas promesas que le ha hecho a su progenitora: contarle sus sueños.

―Anoche ―expone Julia un tanto nerviosa―, volví a soñar con ella.

―¿Con ella? Te refieres a...

―La joven rubia de ojos verdes que siempre tiene una espada brillante, pero... Anoche fue diferente ―explica sin entender la razón de sus extraños sueños y añade―: Ella estaba sentada en una gran silla dorada. No tenía la espada, pero tenía una corona en su cabeza. Estaba triste. No sé por qué, pero parecía triste.

Princesa Juliana: La maldición de la coronaजहाँ कहानियाँ रहती हैं। अभी खोजें