Prefacio

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La consternación se denota en los rostros de los individuos que están en el salón. Uno de los hombres que se encuentra en el lugar dirige una mirada de enfado hacia los sirvientes que, al observarlo, caminan presurosos hacia la salida del lugar mientras él va detrás de ellos. En cuanto los plebeyos han salido, el hombre azota la puerta con fuerza para indicar de manera más explícita que se les es prohibido estar en aquel sitio y que no deben molestarlos. Posterior, el sujeto da media vuelta y se abre paso entre un grupo de personas para luego inclinarse frente a una joven que se encuentra jadeante, de rodillas en el suelo.

―Se lo ruego, déjeme llevarla a su habitación.

No hay respuesta a la súplica emitida por el varón. La joven no lo escucha, guarda silencio mientras aprieta con fuerza la saya de su vestido verde debido al dolor indescriptible que consume su cuerpo y que no puede expresar con palabras. La respiración de la doncella se vuelve más pausada y los latidos de su corazón disminuyen a cada minuto; no hay duda en su mente, ha llegado su momento culmen.

―¿Quién lo diría? La gran princesa Juliana está dando sus últimos suspiros ―dice rompiendo el mutismo, su mirada se vuelve oscura y pronuncia con rabia―: Después de tanto esfuerzo por quitarle la corona a ese hombre, después de ensuciar mis manos con la sangre de todos esos vasallos...

―Usted no debe hablar. ―La interrumpe otra de las personas que se encuentra a su alrededor―. Por favor princesa, trate de recobrar sus fuerzas.

―¡Ninguno de ustedes lo entiende!

Su enfado se hace notar para los demás que de inmediato se abstienen de proferir palabra alguna. Con sus sentimientos mezclados, ella hace un esfuerzo por colocarse sobre sus pies, pero falla, cae de rodillas y un hilo de sangre escapa de sus finos labios.

―Por favor, déjeme llevarla a su habitación. ―Suplica el primer sujeto de nuevo mientras acerca su mano a la de ella―. Si descansa en su cama podrá utilizar la terapia de energía y...

―¡No lo comprendes! ―Grita exaltada, apartando la mano que él le ha extendido―. Ni siquiera utilizando la terapia de energía puedo sobrevivir... Mi poder se está acabando, ya no puedo emplear la ergoquinesis para obtener energía.

―Tiene que haber una forma de que sane. No nos puede dejar. El reino la necesita.

―Ya no puedo hacer nada, este cuerpo no me sirve. ―Una sonrisa se forma en sus ahora pálidos labios―. La vida es tan irónica, maté a muchos sin ninguna misericordia para obtener poder, a pesar de que me pedían que no lo hiciera porque temían a la muerte y ahora yo... Después de todo, si le tengo miedo a algo, a morir.

Su visión empieza a tornarse oscura, la oscuridad invade su cuerpo. De forma repentina, ríe; sus subordinados, los cuatro hombres y las tres mujeres que la rodean quedan atónitos ante su reacción.

―No puedo creer que en el final de mi vida atenderé la propuesta de un inservible esclavo, pero no puedo permitirme dejar para siempre este mundo. Aún hay muchas cosas que necesito hacer... ¡Acérquense! ―Ordena a sus seguidores―. Ustedes me prometieron fidelidad eterna y hasta este momento lo han cumplido. Así que, les daré un gran honor, a ustedes y a sus futuras generaciones. Coloquen sus manos sobre mí.

Los individuos hacen lo que les dice y ella lleva sus manos al collar que tiene en su cuello. A continuación, cierra sus ojos y de pronto una luz brillante ilumina sus manos y empieza a recorrer los cuerpos de sus súbditos, adentrándose en su interior. Lo único que ellos hacen es mirar expectantes el acontecimiento.

―Les he cedido mi poder, a cada uno de ustedes les he dado una de mis habilidades. Siéntanse orgullosos; cada sesenta años resurgiré en uno de sus descendientes el cual nacerá con todo mi poder. Mediante él podré vivir de nuevo, poseyendo su cuerpo.

Sujeta su espada que está a su lado y la mira fijamente. La misma luz anterior envuelve el arma y en un instante, la coloca en su muñeca y se corta la vena, el líquido rojo comienza a manar, cayendo en su vestido.

―Esta sangre está tan maldita como mi vida, casi tengo lástima de mi sucesora.

Los músculos de su cuerpo se contraen, tira su espada a un lado y se lleva las manos a la boca tratando de evitar lo inevitable: vomita un espeso líquido carmesí. Se forma frente a ella un charco de sangre y sin poder resistir un minuto más, el violento sonido de un cadáver azotándose en el suelo, marca el fin corpóreo de la princesa.

Princesa Juliana: La maldición de la coronaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora