Capitulo 24. Adòpteme, por favor.

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Esta decisión no solo lo comprometía a él con su familia. La ponía a ella tambien en entredicho. Y no estaba dispuesto a que ella arriesgara su futuro esa noche tan importante

—Imagino que Maryland no está de acuerdo con tu decisión. Rhiannon, nena, no es justo que pongas en riesgo tu futuro. Me da ternura saber que quieres ser mía, pero no en esa forma.

—Mi hermana no sabe nada, no se lo he dicho. —atajó, cortante. —Esta decisión la tomé para cortar con todos mis recuerdos. Si no enfrento la realidad de tus sentimientos y de los míos. No habrá futuro para ninguno de los dos.

Los ojos de ella tenían fuego líquido en su centro. Era la tercera de las hermanas Ainsworth, la rebelde del trío en ese matriarcado. Ya habia tomado la decisión de entregarse a él.

—Entonces seremos la sexta pareja en casarse. No voy a eludir la responsabilidad que me toca en este desatino tuyo. Soy un Mc Allister, haré honor a mi apellido y a mi clan.

—¿Me estas proponiendo matrimonio? —inquirió sorprendida. La expresión seria del rostro del hombre decía que no estaba de broma. Sí, le estaba proponiendo que se casaran. No serian el hazmerreír de ambas familias, por muy modernas que estuvieran las cosas ahora.

—Sí. Quiero que seas el rostro que vea cuando despierto y lo ultimo que vea cuando duermo, embriagarme con tus besos, sentirte en mis brazos. Entregarme profunda y totalmente a ti. No suelo ser así con todas, la única que hace que mi cuerpo sienta intensamente eres tú.

Rhiannon sintió florecer rosas en sus mejillas. No era fácil para ella ruborizarse, salvo cuando él estaba cerca. Ni aquel por el cual desperdicio parte de su juventud, hacía que sus mejillas ardieran.

—¿Te das cuenta por qué quiero entregarme a ti en Navidad? —en los ojos de ella apareció un brillo de lágrimas —Ya sacrificaste quince años de tu juventud esperándome. No quiero seguir negándome a ser feliz.

De modo que no habría manera de disuadirla de su empeño. Había pensado en los pro y los contra, tomando una decisión que cambiaria mucho su vida y su mundo.

Magdalena pensaba en él, la tristeza no la abandonaba. Recordaba su sonrisa, su mirada, sus manos al acariciarla aquella única vez, se reprochaba no haber dejado que la sedujera. Tres de sus compañeras tenían un secreto, ellas se habian entregado a sus asignaciones casi desde que comenzaron a escoltarlos, Sofía Corro, Adriana Villar y otra que en ese momento no recordaba. Las que sabían aquello habian hecho un código de silencio.

Las consideraba valientes, tomar una decisión así, arriesgándose a una expulsión, era un acto de osadía y coraje. A ella solo le quedaba el recuerdo de unas manos deslizándose con suavidad en su espalda, una voz ronca y sexy murmurándole ternezas y una piel ardiente acariciando su espalda para luego acariciar sus pechos y torso.

Apretó los ojos, no quería llorar nuevamente, desde el dia que le dijeron que murió no habia dejado de llorar. Intentaba ser fuerte, por que pese a tener el corazón destrozado, la vida continuaba y no se detenía. Y ella no podia permitirse el caer en una depresión profunda.

Dormia abrazada a una de las prendas de él, que conservaban el aroma de su colonia mezclado con su aroma de varón. Lo único que la tranquilizaba. Soñaba con él, que la tenia en sus brazos, se entregaba dichosa a sus caricias, para despertar y ver que su cama estaba vacía y que abrazaba como loca a su almohada.

Respiró profundamente. Tenía que reponerse, se lo debia a ella misma y a todos los que han confiado en ella. La mejor manera de guardarle respeto a su memoria era seguir en pie.

LA EMPERATRIZ DE NUEVA YORKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora