Capitulo 20. Decisiones.

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El auto de Viena Briceño iba avanzando por las calles, rumbo a su oficina en calle 50, ignorante de que en su auto había un aparato magnetofónico estratégicamente colocado, que registraba cada palabra, de esa conversación. Curt Cantrell, Gilles Adams y Ted O'Hara, agentes de la DEA, escuchaban con atención todo aquello.

—Tendremos que actuar pronto. Estos pillos van a cerrar el bufete y me imagino que harán lo posible para desaparecer las pruebas que les incriminan.

—Es lo que creo. Solo que no podremos hacer nada por ahora, con lo caldeados que están los ánimos después del golpe del 3 de octubre. Los conjurados fueron juzgados sumariamente y ejecutados.

—Planifiquemos el golpe que le daremos. Ya tenemos suficientes pruebas para allanar el bufete y confiscar todo lo que este dentro. No podemos darles mucho tiempo.

El blindado salió del estacionamiento frente al edificio donde una vez vivieron los Ferreira Díaz, hoy fugitivos. En el hotel Marriott Caesar Park en Paitilla, los esperaba Stuart.

—Van a cerrar el bufete, están desesperados, se les ha ido casi el 75% del personal, si supieran que varios de ellos han aportado pruebas sustanciosas, solo que tenemos que ponerlos bajo protección federal.

—Son gente valiente, arriesgan su vida por ayudarnos. Con todo lo que tenemos no solo nos llevamos al dictador sino a éstos.

—Hay una cosa que me preocupa, es lo de los bebés robados. —Comentó —No hemos encontrado todavía algo que los amarre a ese asunto.

—Recuerda que esta aquel seudo nazi que le hace los trabajos sucios a Viena y al resto de la gente. Ese debe tener los archivos de esos niños perdidos.

–A ese no lo hemos podido atrapar. El dia tres fue una oportunidad de oro, Magdalena pudo ponerlo fuera de combate, pero la hirió.

—Y a ti casi se te va la vida al verla herida, Stuart, nunca me he metido en tus conquistas, pero esta tienes que respetarla, es la chica de tu hermano.

—No me lo recuerden. Ya mi corazón sufre demasiado con eso, ojalá exista otra igual a ella, que me vuelva loco de pasión y amor, como esta Miodrag.

—No te sofoques, entre todas tiene que estar la tuya. Recuerda que hay grupos nuevos, en la organización. Y todas esas chicas aprenderán a ser igual a tu futura cuñada.

Stuart suspiró, no era fácil luchar contra la atracción que ejercía Magdalena en él. Y estaba consciente de que ella era una mujer honesta, como no lo eran mas de cuatro que habían pasado por su vida y la de su hermano. Una mujer de un solo hombre y un solo amor. Y quería tener una mujer asi, para serle fiel toda la vida, pese a cualquier tentación que se le presentara en el camino.

Ella jamás permitiría un avance suyo, por mucho que quisiera. Y sabia que Miodrag se había enamorado de una buena mujer, siempre había tenido suerte con las mujeres. Le tocaban las más bellas, valientes, nada tímidas para cumplir con sus deberes y sobre todo, honestas.

—Yo tengo que luchar contra esto. No puedo disputarle el amor de una mujer que sé que lo ama con toda su alma. Si fuera otra clase de mujer, lo intentaría, esta se dará a respetar y me pondrá en mi sitio, como merezco. Y eso no me impide protegerla. —pensó para sí.

El mes de noviembre estaba por llegar. Miodrag no había tenido ocasión de hablar con Magdalena sobre lo ocurrido el tres de octubre. Esperó que ella se recuperara de la herida en el brazo, la tarde del día dos de noviembre, día de difuntos, ella bajó a las piscinas climatizadas.

LA EMPERATRIZ DE NUEVA YORKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora