Capitulo 1. El testamento.

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Nueva York, 1990: En un prestigioso bufete de abogados de la ciudad, se escenificaría un acto triste. El exitoso empresario  y almirante de Marina Miodrag Steinberg, murió asesinado en cumplimiento del deber.

            La mujer que bajaba de un sobrio Volvo negro, era Magdalena Ferreira, la prometida de este,  nacida en Panamá un 14 de abril de 1968. En ese momento contaba con veintidós años de edad, Miodrag tenía treinta y cinco, llevándole trece años.  La acompañaba Maryland Ainsworth, quien se convertiría meses después, en su madre adoptiva, borrando definitivamente su vinculación con su país, y sobre todo con una familia que exigía de ella sumisión y sometimiento total a sus decisiones, así fueran perjudiciales para la chica.

            Y sin consideración la apartaron de su vida, ella tuvo que luchar para no terminar como predecían, que se convertiría en una caricatura de sí misma. Una mujer que tendría que verse obligada a vender su cuerpo para sobrevivir,  encontró en Maryland aquella madre que le falló por creerle más a un delincuente despechado que a la hija que trajo a pasar trabajo al mundo.

            Al ocurrir la Invasión, luego del asesinato de Miodrag, Maryland quiso intentar que esa familia se reconciliara con la chica, incluso les llevó el cincuenta por ciento del  dinero que ella habia ganado durante esos tres años que estuvo en el comando de resistencia a Noriega y un certificado de defunción, pero el intento fue rechazado de manera enérgica y violenta, la llamaron asesina y otros vocablos no muy lindos.

            A raíz de eso, Maryland, que tenía un as bajo la manga les hizo firmar un documento, en el que renunciaban a cualquier ganancia, herencia, premio o legado que le hubieran dejado a la chica, incluso a reclamar cualquier ayuda que esta pudiera darles en un futuro.  Desde ese momento, no tendrían derecho ni siquiera a criticar como ella llevara su vida.   Ni cortos ni perezosos, como si quisieran deshacerse de ella, firmaron .

            Al salir del barrio donde vivió la chica, Maryland le mostro el documento a Edghill Mc Allister, su contraparte masculina en el comando.

            —Qué estúpidos —movió la cabeza en señal de negación, —no saben a qué renunciaron.  Todo por hacerle caso a un hombre que no supo perder.

            —Cuando Magdalena vea esto, se va a querer morir.  Y no es para menos. Miodrag, el amor de su vida, muere de manera espantosa y ahora su familia le da la espalda y se desentiende de ella. 

            —Lo que me preocupa es que tanto dolor, acabe con la muchacha buena y noble que es, convirtiéndola en una mujer fría y despiadada.

            —Y no sería nada extraño.  Ha sufrido demasiado, más de lo que un ser humano puede aguantar.  Si cambia, será culpa de ellos,  que no supieron tratarla, mas le creyeron a un mentiroso y delincuente, parecía que no fuera hija de ellos.

            —Yo tengo mis dudas y sospechas, después de lo que acabo de ver.  Uno no renuncia a los derechos sobre un hijo así por así, solo porque no hizo lo que tú querías.   Aquí hay gato encerrado.

            Edghill asintió, el al igual que ella, tenía sus dudas, a menos que les estuvieran pagando para que actuaran como padres, sin serlo realmente.  Solo eran conjeturas, suposiciones, nada en concreto, en realidad.  Aunque la verdad fuera más espeluznante que la mera especulación.

            Cuando llegaron al edificio de la calle 50, donde el comando de resistencia tenía su cuartel general, una muchacha con suéter negro y jean azul bajo a recibirlos, era Magdalena Ferreira.

            Era una muchacha hermosa, cuya belleza se había opacado un poco por los días que tuvo sin dormir, llorando toda la noche su amor perdido.  Ignoraba que dentro de unos minutos, recibiría un nuevo golpe a su autoestima ya en pedazos.

LA EMPERATRIZ DE NUEVA YORKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora