Capitulo 24. Adòpteme, por favor.

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—Si, uno que estuvo en lo ultimo cuando llegaron los perdidos al cuartel central, lo ocultaron allá y le dieron una paliza de padre y señor mío. Y de ultimo lo ultrajaron hasta casi dejarlo sin entrañas. Murió ahí mismo, de una fuerte hemorragia.

—No sigas, amor —, lo abrazó fuertemente —. Menos mal que no te hicieron nada.

—No tuvieron tiempo, apenas se llevaron a Miodrag cuando entro Dianette y Maxi, entre esas dos acabaron con el monstruo ese. Ni excitado tengo ese tamaño tan extravagante.

—Dianette me dijo algo de eso. Incluso le golpeo una muñeca con el látigo, le rompió la piel pero no logro abrirle las arterias. Y ella le halo el látigo y la hizo caer, quedaron peleando cuerpo a cuerpo hasta que el cuchillo de Maxi decidió aquella pelea desigual.

—Ya sabes cómo terminó todo, tú estabas ahí. Me encontraste en las celdas subterráneas, a Kurt lo dejaron de último. De no ser por ustedes, hubiéramos muerto.

—No te golpearon mucho. Magdalena se quedo en la sala donde estaba la piscina llena de tiburones. Allí se enfrentó a Hernán. Con el resultado que conocemos, termino despedazado por los tiburones.

—Lo vi, solo reconocí una pierna y parte del torso, la cabeza no se encontró. Supongo que los tiburones lo despedazaron a placer. Suerte que se la llevaron.

—Casi cuarenta y ocho horas con temperatura. Salimos de esa ratonera dos días antes de la Invasión. Se recuperó rápido cuando en otras ocasiones dura más tiempo con la fiebre. Nos ayudó en todo. —recordó María Alejandra.

—Con el corazón destrozado y muriéndose por dentro. Admiro su energía moral para enfrentar tantas cosas tristes.

—Ella es una mujer especial, lástima que las cosas siempre le salen mal.

Salieron de la sala, para dirigirse a cenar al comedor. Cenaron en silencio recordando a todos los que en esos momentos no estaban. Roberts, Adams, Lange, que se encontraba en recuperación de una herida de bala, y Miodrag. Cuatro sillas vacías y un peso de tristeza en todos los rostros. Los que sabían la verdad, querían hablar y decirle a Magdalena que él no había muerto, lo que les impedía decírselo era un código de silencio necesario para llevar a cabo la investigación de un delito de alto perfil.

Vivir con un secreto así, era pesado, pero se lo debían a él, a su hermano que se encontraba grave y luchando entre la vida y la muerte. No era nada fácil aquello.

Yadira había tomado la decisión de entregarse a Kurt la noche de Navidad. Y María Alejandra hizo otro tanto, nada las ataba ya a aquella tierra donde encontraron más sufrimientos que alegría. Otras las seguirían en la misma decisión, entre esas Rhiannon. Pese a tener treinta y cinco años, se sentía como una niña frente a Ian.

—Sigues con esa idea en la cabeza —apuntó él cuando salieron del comedor. —Eso te costara caro, piensa en tu familia. Aunque esperan que nosotros nos comprometamos en serio, lo que piensas hacer seria ponerte en riesgo y a mi en una situación sumamente difícil.

—Si no lo hago, será peor. —se volvió hacia él —Quince años malgastados en una ilusión que resultó ser un delincuente de cuello blanco. De haber insistido, solo Dios sabe en dónde estuviera.

Ian Mc Allister se acercó a ella, la quería, pero no en esa forma. Sin un papel firmado, un compromiso ante los hombres y ante Dios. El era un caballero, le enseñaron a serlo desde que era un niño, se lo inculcaron de adolescente, incluso lo ayudaron a enrolarse en la Marina para que aprendiera a ser hombre. Cuando la conoció se sintio deslumbrado ante su elegancia, feminidad y gracia. Admiró su inteligencia y su temple.

LA EMPERATRIZ DE NUEVA YORKWhere stories live. Discover now