-¡No soy un asco! -reclamó Albus.

-Nunca llegarás un equipo, así que tú toma mi consejo, Lily.

-Sí sabes que soy mujer y que nunca tendré que pedirle casamiento a nadie -repuso la pelirroja, alzando la mirada de su celular con una expresión de desconcierto.

-Sí sabes que soy una mierda dando consejos -replicó James, encogiéndose de hombros y volviendo a esconder la cabeza entre los brazos.

-Y no olvides que también eres una mierda con las oportunidades.

Gruñó, pero no dijo nada. Después de todo, París tenía razón: era una mierda para las oportunidades. Siempre que intentaba algo, le salía mal, pero aquella vez su mala suerte se había ido al carajo. ¿Tanto era pedir terminar el partido bien, como siempre, para tan sólo proponerle casamiento a Amelie frente a todo el estadio?

Pero no. Tuvo que estrellarse contra el piso con su escoba y lesionarse la pierna sólo por sacarle la Quaffle a Hallie Zabini a unos minutos que el árbitro pitara fin de tiempo. Habían ganado, por supuesto, pero en el momento en que debería haber estado agachándose frente a Amelie, había estado tirado en una camilla, medio moribundo.

Luego de eso, lo habían trasladado a San Mungo, algo que al final no había resultado tan malo, considerando que podría ver a Amelie más que como una visita, ya que ella trabajaba y se pasaba la mitad de su tiempo allí. Era el único lado positivo, por supuesto.

El último día que se encontró allí, pensó en pedírselo frente a todos sus compañeros de trabajo, pero en cuanto consiguió mantenerse de pie con ayuda de otros medimagos, Dean entró chillando y lloriqueando, con la Quaffle marca Wood padre impregnada en el rostro.

Enfadado por la inocente interrupción de su amigo, James había maldecido y pateado un armario, provocando que el tendón lesionado volviera a dolerle, obligándole a quedarse una semana más en el hospital. Finalmente, en cuanto recibió el alta, Ginny y Harry habían ido a buscarlo bajo el pedido de Amelie. Considerando que James no sabía cuidarse y que toda su ira le traía malas consecuencias, su novia había preferido que se quedara en casa de sus padres, dado que si volvía al departamento que compartían, él pasaría la mitad del día solo a causa de su trabajo como medimaga.

-Para la próxima deberías escuchar a Amelie y tratar de jugar con más cuidado -aconsejó Lily.

-¡Sí, eso hago!

Paris alzó una ceja, incrédula.

-James, no hace más de un año que estas en el equipo y ya te has lesionado.

-Perdona, querida -dijo James con altivez-, pero ese único año hemos ganado la copa gracias a mí.

-Y, al parecer, así seguirán si tú sigues desobedeciendo.

James soltó otro grito frustrado y trató de incorporarse, pero luego de la zancadilla de Paris, la pierna había vuelto a dolerle a horrores, por lo que no alcanzó a estar de rodillas que ya volvió a caer de culo al piso. Sus hermanos y la francesa soltaron una carcajada.

-¿Es que no piensan ayudarme?

Albus y Paris compartieron una mirada para luego ladear la cabeza y seguir a Lily al piso de abajo, dejando a James tirado en el piso.




-Lo estoy diciendo en serio, no puede seguir haciéndose el indiferente conmigo... seguro que ya ha encontrado otra... ¡Obvio! ¡Es por eso que no insiste más! Es un idiota –suspiró profundamente y deslizó el codo que estaba apoyado en el mostrador hasta recostar toda su cabeza sobre este.

Amelie rodó los ojos al ver como los cabellos de Hallie se desparramaban hacia todos lados, y siguió acomodando los papeles de su trabajo. Su secretaria estaba llegando tarde de nuevo y le importaba muy poco el breve tiempo que había empezado a trabajar para ella: tenía que hablar seriamente con el jefe de San Mungo para que le hicieran un cambio. Roxanne no podía llegar cuando se le antojara.

Amelie Moore y la maldición de los PotterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora