Introducción: La crisis

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¿De quién es la culpa cuando el amor acaba?

El timbre del BlackBerry esa madrugada comenzó a vibrar con insistencia

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El timbre del BlackBerry esa madrugada comenzó a vibrar con insistencia. Entre sueños, Igal intentaba, sin éxito, alcanzar su teléfono para apagarlo y seguir durmiendo. Cuando por fin lo logró, percibió que no era el suyo el que había estado sonando. Al mirar la hora en el celular, descubrió que eran las cuatro de la madrugada y, algo asustado, comenzó a despertar a Fher, que dormía con placidez a su lado, sin inmutarse, pese el barullo que hacía el equipo al vibrar. Lo sacudió, al principio con movimientos suaves, y como el muchacho no se daba por aludido, con más intensidad después.

—Fher, Fher... Que son las cuatro de la mañana y está sonando tu teléfono, ¿lo atendés o lo apagás?

—¡Hum!... Sí, sí, ya voy, ¿qué pasa?

—Que es muy temprano aún y tu teléfono suena, quizá sea algo importante.

—A ver, a ver...

Y con un movimiento automático, que más bien parecía un reflejo condicionado, el muchacho encontró su teléfono sobre la mesa de luz, observó la pantalla y lo apagó.

—Es mi viejo. Que no joda tan temprano... Quién se cree...

Y volvió a acurrucarse sobre sus piernas. ¡Qué manera tan incómoda de dormir! Y en menos de un suspiro ya estaba roncando de nuevo. Igal apoyó entonces su cabeza sobre la almohada y no le costó mucho volver a conciliar el sueño. Aún faltaban tres horas para comenzar las actividades matutinas y necesitaba seguir descansando, al menos por un rato. Cuando a las siete de la mañana su celular comenzó a sonar con la melodía elegida para despertarlo, Igal estiró suavemente sus brazos y de un salto se puso de pie, acaso enceguecido por los primeros rayos de sol que comenzaban a filtrarse por la persiana.

«Tengo que hacer arreglar de una vez por todas este sistema. Todos los días lo mismo, el sol en la cara... No debe ser tan difícil solucionar esto... ¡Qué pena que nadie quiera hacer esta tarea! ¡Imposible encontrar un cortinero en esta bendita ciudad!», fue la primera rumia mental del día.

Con movimientos muy suaves, intentando hacer el menor bochinche posible, comenzó a levantar la persiana para que la claridad se apoderase del cuarto y así Fher pudiese ir despertándose de a poco. Luego corrió el visillo para que la claridad no invadiese el cuarto tan de golpe, no sin antes saludar al sol y al nuevo día en voz alta con un acostumbrado:

—¡Buen día, vida! ¿Con qué sorpresa me vas a recibir hoy?

Lunes. Día maniático y abrumador. Si algo quería Igal era comenzar bien el lunes. No sabía bien por qué, pero una especie de culpa le habitaba desde niño. Si no arrancaba temprano el lunes, parecía que no le rendía la semana, se sentía atontado, inútil, inservible. Con el cepillo de dientes en la boca, caminó arrastrando sus pantuflas entre el baño y la cocina, dejó la pava en la hornalla para que fuera calentando agua para el mate y cuando volvió al baño para terminar su rápido cepillado y completar su aseo matutino, vio de reojo el teléfono fijo en el living y recordó la llamada nocturna al celular de Fher.

No pude decirte adiós (buscá también la versión impresa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora