Capítulo XVIII

6.9K 395 27
                                    


Ardía de pies a cabeza. Tenía la cabeza embotada a causa de las intensas sensaciones que brotaban de entre sus piernas. Su cuerpo se estremecía sin control y no podía hacer nada por evitarlo, tenía las manos amarradas al cabecero de la cama y los pies en la misma situación. Estaba completamente inmovilizada, a merced de una dulce y cruel estimulación sexual.

A medida que iba siendo consciente de su entorno, de la luminosidad de la habitación, de su cuerpo desnudo cubierto por una fina sábana, de las sensaciones que rugían y ondulaban en su interior, los latidos en su sexo se fueron haciendo más y más fuertes. Alcanzó un punto máximo en el cual comenzó a gemir en lugar de gritar para suavizar de alguna manera el tormento por el que estaba pasando. Se esforzó por normalizar su respiración después de ahogarse en una sinfonía de jadeos y súplicas; nadie vendría a rescatarla, estaba en su casa, en su dormitorio.

Se hizo a la idea de que Robert no estaba. Con la mirada clavada en el techo y el corazón resonando en los oídos, se fue calmando.

Había tenido un vergonzoso orgasmo que no había sido capaz de refrenar. Estaba enfadada, confusa, y la frustración la había llevado a concentrarse en la búsqueda de alivio, en apaciguar la tensión de todo su cuerpo, dejándose llevar por el gozo de las dulces vibraciones de un objeto alojado en su sexo. Pero la estimulación era precisa y absolutamente eficaz, y no podía evitar desear un nuevo clímax después de haberlo obtenido.

—Maldita sea —sollozó, mordiéndose el brazo para sobrellevar la carga de deseo acumulado en su vientre.

Todavía se sentía un poco aletargada, a medio camino entre la vigilia y el sueño. Tiró de las ataduras para cerrar los muslos, pero no conseguía nada haciendo eso, solo estrechar los músculos en torno al estimulador y que la sensación fuera todavía más potente.

Respiró hondo. Aquel objeto funcionaba con pilas, en algún momento la batería tendría que agotarse, ¿no? En algún momento esta tortura llegaría a su fin, sí, a eso se aferraba. Solo no estaba segura de poder sobrevivir mucho más tiempo, el afilado placer por el que caminaba era insoportable.

Sintió un temblor en los muslos cuando un nuevo orgasmo llamó a la puerta y se arqueó, tratando de retrasarlo lo máximo posible. Dolía demasiado.

De repente, la vibración, hasta ahora lentas y graves pulsaciones, comenzó a ir más deprisa. Su respiración se aceleró, se retorció tirando de las correas y encogió los dedos de los pies, pero nada pudo hacer para detener la oleada. Se le escaparon nuevas lágrimas mientras maldecía a voz en grito el doloroso placer que sacudía sus entrañas.

Blanche se derrumbó sobre la cama, moviendo las caderas para intentar aplacar la intensa vibración entre sus piernas. Le ardían todos los músculos, su clítoris parecía a punto de explotar y había empapado las sábanas sobre las que estaba tumbada, y no solo de sudor.

—Por favor... ya basta —gimió, aunque sabía que nadie la escuchaba.

Igual que la vibración había aumentado en intensidad, se apagó. Blanche tardó en asimilar que el objeto había dejado de moverse.

Escuchó un murmullo en el interior de la habitación y se puso alerta. Todavía jadeaba, la satisfacción inundaba cada célula de su cuerpo y solo quería dormir. Alzó la mirada, borrosa por las lágrimas y cegada por el placer, y logró distinguir una figura.

«Wolf. ¿O Robert?».

Se mordió la lengua. No quería mencionar ninguno de esos dos nombres, porque si se equivocaba, no se lo perdonaría. Deseaba que fuese Robert, él siempre era amable, la desataría y la apaciguaría. Pero también deseaba que fuese Wolf, porque así, el tormento del placer sería más intenso y devastador. Parpadeó para enfocar al hombre y salir de dudas. Era alto, robusto y tenía el cabello de color anaranjado. El alivio y la decepción se mezclaron a partes iguales.

El señor Wolf y la señorita Moon ©Where stories live. Discover now