Capítulo V

11.5K 658 20
                                    

Allá abajo, en el escenario, tenía lugar una maravillosa representación de danza clásica. Arriba, en uno de los palcos, el señor Wolf se preguntaba por qué se estaba comportando como un humano civilizado en lugar de liberar su naturaleza salvaje. Se repitió una vez más que lo hacía por ella, Blanche no merecía ningún escándalo ni nada que pudiera avergonzarla. Era una humana muy sensible y Wolf percibía su dolor con facilidad. Sus almas estaban conectadas de alguna manera, estaba seguro de ello, él era un lobo y ella la luna a la que veneraba todas las noches.

Sentía su emoción a un palmo de distancia. Blanche estaba sentada a su lado observando fascinada el ballet, con los ojos brillantes y muy abiertos, y por primera vez en toda la noche parecía animada. Se la veía feliz como una niña.

Estaba tan cerca que Wolf podía alargar la mano para acariciar la piel de su pálido brazo desnudo y comprobar como el tacto de sus dedos provocaba estremecimientos en el cuerpo femenino. Reprimió el deseo de hacerlo, no sabía si sería capaz de resistirse a poseerla allí mismo. El teatro entero escucharía los gritos de Blanche por encima de la música de la orquesta si la llevaba al orgasmo.

Solo tenía que esperar dos horas más para tenerla bajo su completo dominio. Un poco más y ella sería completamente suya. Y no solo su cuerpo le pertenecería, también su alma, cuando amaneciera la señorita Moon se habría enamorado de él sin remedio. Wolf estaba convencido de ello.

Mientras dejaba pasar el tiempo —jamás había sido un amante del ballet—, pensó en cómo harían el amor cuando estuvieran a solas. Pronto, muy pronto, ella estaría desnuda al completo entre sus brazos y él podría besar cada centímetro de piel sabrosa. La fiebre habría subido unos grados la temperatura de Blanche, toda su piel estaría caliente, ruborizada y sensible. Sus pechos eran deliciosos, calientes y vibrantes, lo del coche había sido un delicioso aperitivo que anhelaba volver a probar. Deseaba morder sus tiernos pezones hasta que ella se doblara de placer, besar su vientre y sus muslos, lamer su sexo para degustar la savia que manaba de ella. Se moría de deseo por penetrarla de todas las formas posibles, comprobar su resistencia y averiguar qué cosas la excitaban y cuales la incomodaban. Quería explorar sus límites, ponerla a prueba, mostrarle las cosas que un hombre debe hacer para divinizar a una mujer. Además, Wolf no se conformaría con una sola vez. No, esa noche no se limitaría a poseerla una única vez, lo haría durante horas. Se zambulliría en ella, en su sexo, en su boca, dónde fuera, hasta que su esencia masculina se le quedara grabada en la piel. Derramaría su semilla sobre ella, dentro de ella, empaparía su entrañas y engendraría a sus cachorros esa misma noche. La colmaría de gozo y retozarían sin medida, hasta que ella se ahogara en un placer interminable y el fuego abrasara su cuerpo.

La miró de reojo y se deleitó con sus pechos. Deseaba desnudarlos y saborearlos otra vez. Lo haría muchas veces esta noche. Estaba convencido de que con su sensibilidad sería capaz de lograr llevarla al orgasmo tan solo besando sus pechos. Entonces recordó que le había arrancado la ropa interior y que se la había guardado en el bolsillo. Se removió incómodo preguntándose cómo podía seguir estando tan duro y mantener la cabeza fría para pensar en todo lo que estaba pensando. La música lo estaba sacando de quicio y la lentitud en el desarrollo de la función acabó desesperándolo. Pero tenía que aguantar. No había planeado lo del ballet, serían las dos horas más largas de su existencia y tenía que soportarlas aunque a él le parecieran dos horas desperdiciadas que podría estar aprovechando en el sexo. Ella necesitaba aquello. Y Wolf necesitaba a Blanche en todos los aspectos.

«Primero, te desnudaré» pensó mirándola fijamente, lanzando sus pensamientos como si estuviese hablando con ella. Suerte que no podía leerle la mente porque se escandalizaría. «Después, comprobaré cómo de mojada estás acariciándote el sexo. Luego te abriré, estimularé tu clítoris y por último te penetraré con dos dedos». Recordaba perfectamente su olor, tan dulce y potente que estuvo a punto de perder la cabeza. «Quiero escuchar como gimes mi nombre mientras te penetro».

El señor Wolf y la señorita Moon ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora