Capítulo XVII

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Otra persona más despiadada se habría relamido de gusto al observar la inquietud de Wolf. Pero Robert estaba igual de inquieto, aunque aparentaba mayor tranquilidad. Deseaba ponerle en su lugar -demostrando que él era igual de fuerte y poderoso-, pero si agitaba demasiado a su bestia aquel despacho se convertiría en el escenario de un crimen atroz. Todas las paredes acabarían regadas y salpicadas de sangre y vísceras y las entrañas de ambos quedarían esparcidas sobre la cara alfombra, sobre la mesa y pegada a los ventanales. Sería muy desagradable para cualquier humano que entrara inmediatamente después.

Y la pobre Blanche se quedaría sin ninguno de los dos hombres que ahora mismo mantenían una tensa batalla por ella.

Robert no quería pelear con Wolf. No es que le tuviera miedo, sencillamente no era estúpido. Arrancarle la yugular sería una tarea muy fácil de llevar a cabo, pero matarle agitaría al resto de su manada y no deseaba tener a una docena de lobos rabiosos detrás de él cuando ya tenía bastante por lo que preocuparse.

Además, Wolf también parecía por la labor de lanzarse a pelear, pero si hubiera querido, le habría arrancado la mano en cuanto se la estrechó.

Así que ahí estaban, apretándose las tuercas mutuamente a pesar de que los dos deseaban arrancarle la cabeza el uno al otro. Robert por celos y Wolf, por puro egoísmo.

-¿Sabe lo que eres? -le preguntó el empresario tras un prolongado silencio, después de haber asimilado la intencionada frase de Robert.

-No -respondió él-. Y por el momento, es mejor que siga siendo así.

Wolf levantó las manos del reposabrazos para colocarlas sobre la mesa y le miró fijamente.

-En ese caso, tampoco sabe lo que soy yo -asumió, hablando muy despacio.

-En efecto.

«Poco a poco», pensó Robert. Antes de revelarle a Blanche sus respectivas naturalezas -y la de ella misma-, tenía que poner en orden sus sentimientos y deseos. Si revelaban todo de golpe, sufriría un shock demasiado fuerte.

-¿Y qué es ella? -preguntó Wolf. Hablaba más despacio, aunque seguía mostrándose igual de confiado que al inicio de su reunión.

-Humana -respondió. Ya trataría ese tema más tarde. Primero tenía que estar seguro de las intenciones de Wolf. No sería el primer hombre en la tierra que juraba amor eterno a una mujer para después abandonarla con un cachorro en brazos en cuanto descubría su naturaleza.

Que fuera un lobo tampoco lo eximía de esa sospecha porque tampoco sería el primero en abandonar a su descendencia, como si por el hecho de traer un cachorro al mundo ya hubiera cumplido con su parte del ciclo vital.

-Nunca me había atraído tanto una humana, doctor.

-Qué casualidad, a mí tampoco, señor Wolf -comentó con sarcasmo.

-Lo primero que capté de ella fue su aroma. -Robert contuvo las ganas de poner los ojos en blanco. Detestaba a las personas que hablaban sin tener nada que decir y Wolf parecía uno de esos charlatanes que adoraban su propia voz-. Cuando la encontré, solo deseé arrancarla de sus brazos, señor Douglas, y llevarla conmigo.

Robert se quitó una pelusa invisible de los pantalones y miró al señor Wolf con una tranquilidad que no sentía.

-Yo también desearía arrancar de los pensamientos de mi esposa la presencia de otro hombre...

-No solo de sus pensamientos -gruñó Wolf por lo bajo. Robert abrió y cerró el puño, ignorándole.

-... pero eso no puede ser -continuó-. Igual que usted tampoco puede arrancarla de mis brazos. No estoy aquí para pelear por mi derecho sobre ella, ni por mi posición, y tampoco por ella, porque no tengo que demostrarle nada a usted. He venido a hablar acerca de Blanche y de lo que es mejor para ella.

El señor Wolf y la señorita Moon ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora