Prólogo

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ADVERTENCIA: Secuela de "Amelie Moore y la maldición de los Potter".

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28 de enero de 2006.

En la habitación 17 del Hospital San Mungo, residía Ginevra Potter. Estaba demacrada, con ojeras, más pálida de lo normal y completamente desarreglada.

Vaya, se había caído más de doscientas veces de su escoba, cuando jugaba para las Arpías de Holyhead, y ninguno de aquellos incidentes le había dolido más que esta vez.

No era su primera vez: James, su hijo más grande, había nacido dos años atrás, en este mismo hospital. Al nacer, el pequeño le había traído tantos dolores de cabeza como los que actualmente les daba. James había traído problemas desde siempre.

Una mujer regordeta entro a la habitación, a visitar a su hija, con una sonrisa de oreja a oreja. Venia acompañada de una muchacha de cabello castaño crispado.

-¡Felicidades Ginny! -chilló Hermione, tratando de abrazar, como podía con su inmensa barriga a su amiga-. Oh, vamos Rose, coopera un poco que tú serás la próxima.

-Harry esta con las doctoras, preguntando por la salud del bebé, ya vendrá. -aseguró Molly con una sonrisa dulce.

-¿Y James?

Antes de que pudieran contestar, la puerta volvió a abrirse, y por ella entro la enfermera, cargando un par de mantas blancas que cubrían a la causa del pacifico bulto entre sus brazos.

Con cuidado, la enfermera paso el bebé a los brazos de su madre.

-Hola Albus -susurró Ginny con dulzura, observando el rostro dormido de su hijo-. Bienvenido.

Estaba tan ensimismada en su hijo, que no se dio cuenta del momento en que su esposo llegó a la habitación.

-Es hermoso -hablo Harry, mientras acariciaba la pequeña mano de Albus-. James, ven aquí a ver. No hagas bullicio.

Por suerte, James estaba tranquilo, algo decaído. No solo por la razón de que hasta hace poco estaba corriendo con su primo Fred por todo el hospital, si no, más bien, porque los celos lo mataban. Siempre había sido el único de sus padres y, ahora, tendría que compartir la atención con su hermano.

Y, por más que James estaba tranquilo y abatido, antes de llegar a su padre chocó con una de las sillas que descansaban junto a la camilla de su madre.

-Oh, Potter, tenía que heredar tu miopía -se quejó Ginny, divertida-. No te hagas problema James, ven aquí, ven a conocer a tu hermanito.

Gracias a Merlín, el bebé no había despertado. James se acercó tímidamente hasta su madre y se estiro en puntillas para poder ver a su hermano. Ahora que lo veía bien, entendió que tal vez no fuera tan malo tener un hermano: podría ser su compañero de juegos o de bromas.

Sí, James todavía no hablaba bien, pero créanme cuando les digo que ya había hecho de las suyas: ¡Había engañado hasta a su tío George!

-Adivinen que -exclamo Ron, nada más llegar a la habitación, mordiéndose la lengua para no contar el cotilleo hasta que toda la atención recayera en él-. Recién he visto a Malfoy con su esposa embarazada, al parecer estaban haciendo una última revisión, porque, a decir verdad, su panza estaba igual a la de Ginny -miró a su hermana-. Bueno... hasta hace una hora.

-Entonces, tendrá la edad de Albus y Rose -razonó Hermione.

-Bah, Rose será mejor.

James no los escuchaba, estaba ensimismado en su hermano pequeño. Está bien que en un principio, la idea de compartir a sus padres no le había caído muy bien, pero ahora que analizaba todas las ventajas, entendió que es pequeño bebe estaría con el siempre: sería su compañero y mejor amigo, como sólo los hermanos lo son.

Albus Potter y la maldición de los Potter || #PNovelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora