19. - Desorientada.

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Abrí un poco los ojos mareada y sintiendo que la cabeza me iba a explotar, pero más dolió cuando recordé lo que había pasado al salir del baño en la cena.

Intenté llevarme una mano a la zona golpeada en la parte trasera de mi cabeza, pero el sonido de unas cadenas me hizo mirar mis muñecas atadas con dos grilletes y unas largas cadenas que me daban unos metros de libertad para moverme pero no por mucho espacio.

Miré todo alrededor, estaba en una diminuta habitación que a penas tenía una pequeña ventana con un cristal semi polarizado por la que entraba algo de sol, así que supuse que ya era de día.

Había un colchón muy sucio en el suelo, que era donde estaba sentada ahora, una mesa de noche roída al lado con una bandeja de comida seca encima, y un armario sin puertas con unas prendas rotas dentro seguido de una puerta a la derecha que supuse que era la salida.

Me miré de arriba a abajo sin levantarme aún. Mi vestido estaba sucio y roto, como si me hubieran arrastrado por el suelo, cosa que confirmé viendo mis raspadas piernas y mis antebrazos igual.

No llevaba zapatos y no sabía dónde estaban, ni tampoco mi bolso, donde tenía todo dentro, mi móvil, mis llaves, mi cartera con identificaciones y dinero.

Llevé una mano, con bastante pesadez por culpa de las cadenas, a mi cara y la sentí áspera, doliéndome un poco con algo de suciedad y sangre seca, así que supuse que mi rostro también había sufrido daños al haber sido arrastrada.

Mi pelo estaba desastroso, todo enredado y pegajoso, pero no sabía si esto último era producto del sudor que empapaba mi cuerpo de arriba a abajo o del sucio colchón donde, supuse, había pasado la noche.

Me levanté con bastante dolor en cada hueso y músculo de mi ser. Mis piernas temblaban y mi espalda dolía al enderezarme arrastrándome contra la pared, teniendo así un punto de apoyo para no caer.

Mis manos pesaban por culpa de las cadenas y sentía como si mis hombros se estuvieran dislocando del peso, pero eso solo era producto de mi imaginación.

Creía.

Fui hasta la puerta arrastrando los pies contra el frío suelo, pegajoso también, y pensé en dónde estaba o si aquí nadie limpiaba para que todo estuviera en tan mal estado, cosa que me daba bastante asco.

Toqué en la puerta de hierro con las palmas de las manos, preguntando si había alguien al otro lado, pero nadie parecía oír mi voz ahogada producto de las lágrimas de la desesperación que comenzaban a salir.

Cuando no pude seguir hablando para pedir ayuda, solo me di la vuelta, desesperanzada de que nadie me hubiera oído, y volví de nuevo hasta el colchón, donde me senté con la espalda contra la pared y las rodillas contra mi pecho.

Comencé a pensar en dónde podía estar, qué era este sitio, quién me habría podido traer aquí, porqué y para qué, pero solo una, o dos personas, se me venían a la cabeza como respuesta a todas esas preguntas:

Número desconocido.

Yo no quería nada de esto. Solo quería ser una chica normal de 22 años que se había independizado hacía a penas un mes y poco para alejarse de sus tormentos. Eso era todo.

Las lágrimas salían solas mientras pensaba en mi padre, en mis hermanos, en Néstor, en Ian, en los chicos, en cómo estarían y en si me estarían buscando.

¿Se habrían dado cuenta ayer que no estaba en la cena, que no había ido a casa ni a trabajar, que algo había pasado?

La puerta se abrió con un desagradable sonido oxidado que me hizo taparme los oídos, apareciendo por ella una persona.

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