7. - Sueño y secreto.

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Al llegar, no me duché ni cené ni nada de eso. Me despedí de Ian entrando a mi habitación, quien sabía que algo malo pasaba y me preguntó, pero solo dije que estaba cansada mientras forzaba una sonrisa.

No me creyó, pero me dejó ir. Supongo que pensó que necesitaba mi espacio cuando en realidad lo necesitaba más que nunca, pero estaba bien.

Sin quitarme la ropa, sólo los zapatos para dejarlos en la alfombra, me tiré sobre la cama y me dormí sobre las sábanas, sin siquiera deshacerla.

Estaba en un bosque. Un bonito y verde bosque. Había flores por todos lados y bordeando un ordenado camino de tierra señalizado con unas piedras.

Con curiosidad, comencé a seguir el camino. Había algún que otro pájaro cantando, algunas ardillas, conejos... Como si se tratara de un bosque sacado de un cuento de hadas.

Yo iba con un bonito vestido blanco con volantes y de mangas cortas, sintiéndome como si de una princesa Disney me tratara. No llevaba zapatos, y mi pelo negro estaba recogido en una coleta alta y ordenada.

Se oyó un trueno y fruncí el ceño mirando hacia el frente. El cielo estaba despejado por mi lado, todo florecía o relucía en tonos verdosos pero, bruscamente, el camino se cortaba para dar paso a uno desordenado y roto.

En ese lado, los árboles estaban secos y mustios. Las malas hierbas abundaban donde, en mi lado, había bonitas flores de colores. Las piedras estaban llenas de moho y bichos y habían muchas plantas marchitas.

Los pájaros eran sustituidos por águilas, buitres y aves carroñeras. Las ardillas, los ciervos y los demás indefensos animales de mi lado, en ese eran lobos, hienas y animales salvajes.

Y ahí estaba él, de pie frente a mí, con su sonrisa ladeada, sus ojos marrones, oscuros como el carbón con los brazos cruzados sobre su pecho.

Vestía un vaquero negro, unas botas negras y una camiseta del mismo color que se pegaba a su cuerpo.

Tragué saliva mientras Néstor se acercaba a mí con su paso firme.

El bosque iba ganando terreno por su lado mientras él caminaba con las manos en sus bolsillos, llegando a consumir el mío casi en su totalidad.

La parte oscura consumía mi verde bosque y yo corrí y corrí, dejándome los pies descalzos en la tierra, clavándome las pequeñas piedras del camino, mientras sentía que también me consumía a mí.

Corrí mirando sobre mi hombro, viendo cómo él caminaba hacia a mí con total tranquilidad, como si supiera que me alcanzaría en cualquier momento.

Y así fue, porque llegué a un acantilado.

Él se acercaba con una manada de lobos siguiéndole y rodeándole y aves rondando nuestras cabezas. El cielo ya estaba todo oscuro y se acercaba una gran tormenta eléctrica.

Miré el acantilado y luego a él varias veces, indecisa. ¿Saltaba o no? Debía de haber varios metros de caída hasta el suelo. Podría matarme si saltaba.

Podría.

Lo volví a mirar. Cada vez estaba más cerca, casi podía tocarme si estiraba la mano. Él sonreía con autosuficiencia, sabiendo que me tenía donde quería; entre la espada y la pared.

Cerré los ojos, pensé "quien no arriesga, no gana" y me impulsé para saltar, pero él tiró de mi mano evitando mi salto y caída hacia el abismo.

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