2. - Compañero de piso.

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Después de que papá y Charlie se fueron, recogí los cristales del suelo junto al marco hecho añicos y los boté a la basura. Ya compraría otro si deseaba volver a colocar esa fotografía.

Miré la imagen entre mis manos apoyándome en la pared, dejándome caer al suelo resbalando por ella y volví a llorar recordando el momento plasmado en la impresión. Fui tan malditamente feliz.

Negué con la cabeza mirando hacia otro lado y me obligué a no seguir por este camino. No podía seguir así. Ya eran tres años y yo no merecía esto. No lo merecía a él.

Así que doblé la foto, guardándola en el cajón del mueble donde estaba la televisión, y me levanté decidida a empezar una nueva vida ahora que me había mudado.

Encendí el portátil sobre la barra de la cocina y puse música a todo volumen para encubrir mis pensamiento y la voz que tenía permanentemente en mi cabeza diciéndome su nombre, recordando sus besos, sus caricias.

Empecé a limpiar toda la casa, no solo los cristales de antes. Limpié los pocos muebles que adornaban el piso, todos los suelos, las ventanas, etc. En definitiva, hice una limpieza a fondo de la nueva casa, a pesar de que había hecho una antes de colocar los muebles, pero necesitaba mantenerme ocupada para no pensar demasiado.

Cuando todo estuvo reluciente, fui a mi habitación a ponerme otra ropa, un short, una camiseta, mis All-stars y una gorra sobre mi cabeza, pues iba a salir a comprar algo para el almuerzo, que ya era casi la hora.

Salí de casa con mis cosas en los bolsillos traseros del vaquero, móvil, cartera y llaves, y bajé los cinco escalones que separaban mi rellano de la puerta del portal, pues vivía en un primero.

Caminé un poco, aún sin conocer del todo la ciudad, porque siempre había vivido alejada del bullicio, en el edificio de papá, en una urbanización casi en el campo.

Llegué a un supermercado que no quedaba lejos de casa, a penas unas calles más hacia arriba, y lo agradecí mentalmente. Entré y compré lo básico para poder alimentarme y algunas cosas más.

Luego recordé que esta tarde dejaría de vivir sola, así que compré algo más, sin saber del todo lo que le gustaría a Ian.

Ese era otro tema que me rondaba la cabeza, ¿por qué mi padre quería que no viviera sola? ¿Por qué estaba tan contento por mí de que lo hiciera pero de repente, de la noche a la mañana, no quería? Algo extraño había pasado, seguro.

Ya hablaré con él, pensé con la compra pagada y las bolsas en la mano.

Emprendí rumbo a casa de nuevo, intentando no pensar en lo de ayer ni en todas las veces que había vuelto a caer en las redes de ese hombre casado que siempre había sido mi perdición.

Me sentía tan mal, tan sucia. Era la amante de alguien y me sentía miserable, rastrera. No solo le estaba fallando a mi familia, porque era un amigo, sino a Ivy, su mujer y mi amiga, a nuestros amigos en conjunto y a mí misma.

Era él quien debería sentirse más miserable que yo, porque yo no engañaba a nadie realmente, era libre de hacer lo que quisiera con quien quisiera pues yo no tenía pareja, pero aún así él no se sentía ni la mitad de mal que yo.

Si alguien se llegara a enterar, no cabría duda que yo también llevaría parte de culpa, mucha parte de la culpa, porque yo sabía que él estaba casado, aunque me enteré más tarde, y aún así no me negaba a él.

No podía negarme a él.

Llegué a casa al borde de las lágrimas y me apresuré a despejar mi mente. Mientras colocaba la compra, me encendí un cigarro que, poco a poco, se fue consumiendo entre mis dedos y labios.

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