Wolf emitió un gruñido de irritación y se recostó en el sillón, juntando las yemas de los dedos.

-Blanche era una mujer insatisfecha e infeliz. Y lo seguirá siendo mientras continúe a su lado, doctor.

Estaba listo para afrontar todo tipo de frases hirientes. Eso no quería decir que no dolieran. ¿Qué se creía Wolf? Robert sabía mejor que nadie lo infeliz que era su esposa. Él era quién, día tras día, la veía apagarse mientras su maldición se llevaba todas las atenciones. Mascó una bola de rabia antes de responderle.

-Blanche no estaba satisfecha con nuestra vida sexual, soy plenamente consciente de ello, señor Wolf. Usted y yo sabemos lo peligroso que puede ser el instinto.

-No tengo ningún problema con mi instinto -respondió con brusquedad-. Tenía muy claro que deseaba yacer con Blanche y eso hice.

Había dado con un tipo muy terco y estrecho de miras. Debía follar muy bien para haber dejado a Blanche tan afectada.

-Sí -accedió Robert-, durante una sola noche. ¿Se imagina satisfacerla todas las noches de su vida?

-Por supuesto -respondió muy seguro.

Robert lanzó una carcajada.

-No tiene ni la menor idea de lo que está diciendo -ronroneó-. Blanche es una mujer exigente, una sola bestia no es capaz de satisfacer... todas sus necesidades.

Wolf levantó una ceja.

-Yo lo hice.

-Una sola noche, señor Wolf -insistió-. Y ella se marchó a la mañana siguiente. ¿Se imagina por qué?

-Vaya al grano, doctor -espetó Wolf arrugando el ceño. Robert captó el rugido de su bestia por debajo del tono de su voz, un sonido que surgía desde el fondo de su garganta-. Empiezo a cansarme de sus jueguecitos.

Robert lo observó durante un buen rato, estudiando lo que había conducido a Blanche hasta aquel hombre. Era bien parecido, atractivo según los cánones humanos, y probablemente habían sido sus ojos, la mirada de un cazador, lo que había atraído a su mujer hacia él. Los lobos eran animales atractivos y su figura tenía cierto romanticismo en el imaginario femenino, pues representaban una naturaleza salvaje y una fuente de soberbia masculina.

Un macho alfa siempre atraía a las hembras, fuese cual fuese su raza. A él le sucedía lo mismo. Solo que a diferencia de Wolf, él no se pavoneaba delante de todas las hembras que se quedaban prendadas de su encanto ni les calentaba la cabeza con palabrería estúpida. Él les mostraba el camino hacia un mundo de exóticos placeres, porque era lo que le había gustado hacer desde muy joven. Sin embargo, desde que se casara con Blanche, no había estado con otra hembra que no fuera ella. Primero, porque no concebía aquella posibilidad y por otro, ¡por la Diosa!, no tenía tiempo para tener una aventura.

No, a menos que satisfacer los caprichos de Cordera entrara dentro de los parámetros de una infidelidad, Robert no había estado con otra mujer en diez años. Y tampoco le apetecía.

Y Wolf, con su encanto, su elegancia y su arrogancia, podía tener a la hembra que quisiera. Al muy cabrón se le había metido entre ceja y ceja que deseaba lamer los muslos de Blanche y no parecía dispuesto ni siquiera a colaborar. Demonios, había dejado afectada a su mujer y se comportaba como un crío.

-Mi propuesta es muy sencilla, Wolf -dijo Robert para reconducir la conversación. Estaba cansado de dar rodeos, podría pasarse el día elaborando requiebros lingüísticos para confundirle, pero no le apetecía luchar con este tipo de mente plana-. Quiero que mi esposa esté contenta, satisfecha y feliz. Tiene una fea tendencia a racionalizar las cosas, reprime sus emociones y nunca las expone a menos que sea demasiado tarde. Se aflige con facilidad si nadie le presta la debida atención porque en el fondo, es y seguirá siendo, una mujer que busca lo que todo el mundo: amor.

El señor Wolf y la señorita Moon ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora