Capítulo XV

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Notó que se le retorcía el estómago al contemplar la posibilidad de que en lugar de susurrar su nombre, mencionara a Wolf.

«Mierda».

Antes se arrancaría la piel a tiras que escucharla pronunciar el nombre de otro hombre. Se acercó al salón para coger la bolsa con los artilugios que había comprado en la tienda y regresó a la habitación. Comenzó a sacarlos y a colocarlos junto a Blanche, que estaba laxa sobre la cama y con la piel ardiendo como reacción al afrodisíaco. No le había dado una dosis demasiado alta, pero sentiría fuego entre los muslos durante un buen rato.

Iba a obligarla a suplicar.

Después de dejar todos los objetos cerca del cuerpo femenino, se desnudó y se tumbó a su lado. Blanche estaba todavía sumergida en el éxtasis del narcótico, cuando le acarició la cintura se convulsionó de forma visible y su piel se cubrió de sudor. Volvió la cabeza para mirarle, luchando por enfocarle con la vista y Robert aprovechó para besarla.

Ay, su sabor. Su boca exuberante y cálida. Profundizó el beso sumergiéndose en ella, notando como su lengua se movía despacio al principio pero con más energía a medida que el placer recorría su sangre. Robert acarició la curva de su cadera y descendió por la pantorrilla. Cuando llegó a su rodilla, le separó los muslos y Blanche se removió lanzando un gemido.

—Blanche, te amo —le dijo.

Era un imbécil. Sabía que si continuaba tocándola, ella acabaría odiándole porque se estaba aprovechando de su indefensión. Contuvo un gruñido y devoró los labios de su esposa, transmitiéndole toda su necesidad y deseo, rogando a cualquiera de los dioses que estuvieran observándolos en ese momento que todo volviera a ser cómo antes de que Wolf entrara en la vida de su mujer.

Pero de no ser por el lobo, Robert jamás habría reaccionado. La aparición de Wolf había hecho saltar por los aires la rutina a la que se habían entregado los dos. La ironía de la situación es que tenía que darle las putas gracias por haberle abierto los ojos.

—¡Robert! —gimió ella cuando sus dedos ascendieron por el interior del muslo. A pesar de estar sumida en un febril letargo de excitación sexual fue capaz de detenerle.

—«Por lo menos no ha mencionado a Wolf...»—pensó, resignado.

Cogió una de las correas acolchadas que había depositado sobre la cama, cerca de ambos. Envolvió la muñeca de Blanche y levantó su brazo por encima de la cabeza para esposarla a la cabecera de la cama. La respiración femenina se aceleró y parpadeó con más rapidez. Robert cogió la otra correa y aprisionó muñeca izquierda junto a la muñeca. Luego se colocó a los pies de Blanche y separó sus muslos. Ella se arqueó con un suspiro.

Deseaba hacer el amor con su mujer y no con el espíritu maldito que habitaba en su interior sino con la muchacha de la que se había enamorado. Siempre había pensado que la dulce Blanche era de las que disfrutaba del sexo de un modo tierno y convencional. Más rápido, más fogoso o más atrevido, Robert nunca había explorado con ella otros caminos porque estaba agotado de satisfacer su maldición.

Tal vez debería probar nuevas técnicas como el sexo duro. Al fin y al cabo, por el rosario de marcas que Blanche conservaba en las caderas y en las nalgas, Wolf no había sido precisamente muy blando. Cogió las dos tobilleras, el cuerpo de Blanche estaba en el centro de la cama, así que separó sus piernas y amarró cada una de sus extremidades a cada pata, dejándola completamente abierta e indefensa frente a él.

Vio que luchaba por respirar. Sus pechos se estremecían con la violencia de sus jadeos y su piel estaba cada vez más brillante de sudor. Debería sentir una pizca de remordimientos por estar haciendo una cosa así, pero un vistazo al de Blanche despejó todas sus dudas.

El señor Wolf y la señorita Moon ©Tempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang