La noche es el peor momento del día

Start from the beginning
                                    

–Dicen que se amistaron con los cíclopes, y que ellos las irguieron para entablar la paz con los Titanes –le respondo por defecto, pues su pregunta era claramente retórica, un síntoma de que la belleza se ha apoderado de su ánima. Desde aquí aprecio hasta los detalles, las gorgonas, escudos e inscripciones, los balcones, los arcos de las ventanas... Es una visión hermosa en exceso, que debe ofender hasta a las Musas.

Detienen la caravana en medio de la plaza. Aún es temprano, pero ya hay otros mercaderes estableciéndose. Hay un carro con tres hombres, uno mayor y los que parecen sus hijos. Venden telas para peplos, sábanas o cortinas. En una esquina, un hombre y un niño se afanan en montar su puesto, un carro cargado de barriles, donde venderán harinas y lana. Hay otro más allá, pero desde aquí no lo veo bien. Parecen un hombre y dos mujeres. Otros mercaderes están llegando al ágora también.

Los nuestros se preparan. Desmontan el carromato delantero para colocar una mesa y varios asientos, y se disponen a comenzar. Los días de venta son más entretenidos, y no sé si porque algún dios está pagando su ira conmigo, o por mis pintas de pordiosero, pero aún no he tenido suerte. Aquí la gente entra y sale, pero yo siempre me quedo. Y así no lograré escapar.

–¡Venga! –grita uno de los perittios–. Abajo. –Está sujetando la puerta de la jaula con cara de pocos amigos.

El enano es el primero en ponerse en pie, aún con cara somnolienta. –A ver si me toca hoy. –Sonríe y da un salto hasta caer sobre los adoquines. Otro perittio lo coge y lo conduce frente al puesto.

Yo me levanto a duras penas, pues mis fuerzas flaquean, tengo los huesos entumecidos y no paro de tiritar. Aun así, alcanzo la puerta, me asomo a lo que parece el vacío desde aquí, planteándome cómo bajar del carro, cuando el bestia me coge de la túnica y me arroja al suelo. Me doy un fuerte golpe, pero la patada de después es peor. En todas las costillas.

–Levántate.

Mejor le hago caso, y hago acopio de fuerzas. Me pongo en pie, y otro me agarra. Es un perittio joven, con barba puntiaguda y un turbante. Lleva una túnica que le cubre el cuerpo, y por la que le mataría despiadadamente. Me conduce hasta el enano, frente al puesto.

Después hacen llegar a los demás. Junto a mí se coloca el hoplita, los tres negros, y los cuatros del carro de detrás, dos hombres y dos mujeres.

–Quedaos ahí –nos ordena el capitán mientras otro nos pone los grilletes. Nos encadenan a todos juntos, en línea, como a perros sarnosos. Tanta humillación me produce una diversión irónica e impotente. ¿Cómo he podido acabar así? Cada vez que ocurre se lo pregunto a Atenea, pero aún no se ha dignado a contestarme.

Pasa un rato hasta que empieza a acercarse gente al mercado. Es temprano por la mañana, pero la compraventa de esclavos siempre es buen negocio, e Innarith no será excepción.

La mayoría son hombres, aunque algunas mujeres los acompañan. El capitán, con el mejor heleno que conoce, berrea bajo el yelmo en dirección a la plaza, cuando éstos comienzan a reunirse. –Eupátridas, ciudadanos y ciudadanas de Innarith, terratenientes y aristócratas, comerciantes y metecos, artesanos y mecenas, venid a haceros con esclavos para serviros, que trabajen vuestras tierras o cuiden vuestros animales. Son buena mercancía, traída de diferentes lugares del Plemirión. –Habla jactándose de la situación, a sabiendas de ser nuestro dueño–. Traemos algunos desde más allá del sur del Plemirión, atrapados en los Desiertos de Arena –añade señalando con la palma abierta hacia los tres negros–. Traemos hasta un enano, fuerte y diestro, que dará buena cuenta de su precio. –Sonríe–. Pero también esclavos recogidos en tierras helenas, domesticados para servir en el hogar, y atender a las tareas que menos deseéis hacer. –Lo dice mirándome–. Serán los mejores sirvientes, trabajadores o luchadores. El uso es cosa vuestra. ¿Interesado en algo, ciudadano? –Eso último se lo dice a un hombre que ha dado un paso al frente, separándose de la muchedumbre. Ahora son un buen puñado de gente, que entre la cantinela del perittio y el morbo de vernos, se agolpan a nuestro alrededor. Nosotros permanecemos de pie, encadenados en fila con nuestras túnicas grises, como cualquier otra mercancía a la venta. Yo a penas me tengo en fuerzas.

El Triángulo SagradoWhere stories live. Discover now