Parte VII

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"Comprenderás, querido, ¡qué milagro, qué enigma lleno de interés significabas para mí, todavía una niña! ¡Ver a un hombre por el cual sentía respeto, que escribía libros, que era célebre en un mundo extraño al mío, y presentarse este hombre en la figura de un joven de veinticinco años, elegante y alegre! Debo decirte que desde aquel momento nada de la casa ni de mi pequeño mundo infantil me interesó más que tú; que con la firme tenacidad de una chica de trece años sólo me ocupé de tu existencia. Vigilaba tu persona y observaba todas tus costumbres, examinaba a los hombres que te visitaban, y todo ello, lejos de disminuir mi curiosidad, no hacía sino acrecentarla, ya que la dualidad de tu vida se hacía cada vez más evidente en lo diversos que eran tus visitantes. Llegaban jóvenes amigos tuyos en cuya compañía te reías con satisfacción; llegaban estudiantes pobres o señores en automóvil, y una vez llegó el director de la Opera, el gran director de orquesta, a quien yo, con mucho respeto, había visto desde lejos ante su atril; otras veces eran chicas jóvenes que todavía iban a la escuela de comercio, y entraban en tu casa furtivamente y llenas de timidez; de una o de otra clase, eran muchas las mujeres que te visitaban. Yo no me figuraba nada de particular, ni siquiera cuando una mañana en que me dirigía al colegio, vi salir de tu cuarto a una señora con un espeso velo- pues sólo era una niña- y tampoco me daba cuenta de que la misma apasionada curiosidad con que me dedicaba a seguirte era ya amor.

Carta de una desconocidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora