Parte V

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A ti, en persona, no te vi entonces, ni durante la mudanza, pues el traslado de muebles fue vigilado por tu sirviente, pequeño y serio, de pelo gris, que dirigía todo de una manera silenciosa. El hombre nos infundía respeto; en primer lugar, porque un sirviente era algo nuevo en nuestro barrio, y luego, por la cortesía con que trataba a todos, sin dar confianza ni establecer familiaridad con las sirvientas.
Desde el primer día saludó a mi madre con respeto, como si se tratase de una gran dama, e incluso con nosotros, los chicos, era siempre serio y cortés. Cuando pronunciaba tu nombre lo hacía también muy respetuosamente, y al punto se echaba de ver que su afecto hacia ti, era más que el corriente de un sirviente vulgar. Por eso quería yo al buen viejo Juan, a pesar de envidiarle el que pudiera estar cerca de ti y servirte.

"Te cuento toda esta historia, querido mío, para darte a entender cómo desde el principio ejerciste una poderosa influencia sobre aquella tímida niña que era yo. Antes de que tú mismo te hicieras presente en mi vida, había ya un nimbo alrededor de ti, una aureola de riqueza, de un ser especial y misterioso. Todos, en aquella casa del barrio bajo -quienes llevan una vida estrecha sienten curiosidad hacia un recién llegado-, esperábamos con impaciencia tu aparición. Y esta curiosidad aumentó en mí cuando una tarde, al volver del colegio vi un carro de mudanzas delante de la puerta. Me detuve para poder admirarlo todo, pues tus cosas eran tan diferentes a las nuestras, que no las había visto nunca. Había ídolos indios, esculturas italianas, grandes cuadros de vivos colores, y al final venían los libros, tantos y tan bonitos como nunca había podido imaginarme. Los colocaron en la puerta, y allí mismo el sirviente les fue quitando el polvo uno por uno.

Me acerqué curiosa disimuladamente al montón que seguía creciendo; él no me despachó de allí, pero tampoco me animó, y en tal situación no me atreví a tocarlos, aunque me daban ganas de pasar los dedos por las encuadernaciones de blanco cuero. Me limité a mirar tímidamente los títulos: eran libros franceses e ingleses y de algunos no conocía el idioma. Me hubiera quedado mirándolos horas enteras, pero me llamó mi madre.

Carta de una desconocidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora