El par de castaños asintió, pero ninguno dijo nada más. Hanabi literalmente arrastró a su oneesan con ellos, hasta donde se levantaba una pequeña lapida, con el nombre de Maito Gai.

El silencio de Neji era casi sepulcral, ninguna de las dos Hyūga, dijo nada mientras el genio guardaba silencio. Comprendían bien a Neji y el profundo agradecimiento que sentía a su sensei por haberle salvado la vida.

Pasó casi media hora, cuando el Hyūga se puso en pie.

— Arigatō gozaimasu, Gai-sensei.

El genio hizo una reverencia y apoyado en Hanabi y Hinata, volvieron sobre sus pasos en dirección a la mansión.

Habían motivos por los que Neji no salía solo al exterior. Uno de ellos es que el relieve cambia. El no podría memorizar cada detalle si este cambiaba por el paso del tiempo. Hoy podría haber un árbol y mañana ser arrancado, para construir una casa, o un negocio, o lo que fuera.

Su orgullo podía sentirse por los suelos, pero él tenía profundo aprecio a su sensei, por salvar su vida. Todavía no encontraba el sentido de seguir en pie, y no haber caído ese día ante esas mortiferas estacas enviadas por ese monstruo...pero estaba seguro que todavía tenía algo importante que hacer en la tierra antes de pasar al mundo de los muertos.

En el momento que los tres llegaron a la mansión Hyūga, Hanabi se apartó de ellos, siguiendo el irresistible aroma de algunos dorayakis.

— ¿Dónde estaba?— Preguntó el genio.

— Yo...— Hinata bajó un poco el rostro. No quería decir que estuvo esperando a ver aunque sea desde lejos a Naruto, y sentirse estúpida por haberlo hecho.

La vida era difícil para Hinata, arrebatando de sus manos, cada cosa que amaba, primero Naruto y ahora la oportunidad de entregarle algo hecho por ella misma.

Por alguna extraña razón, levantó la vista, habían algunos miembros del sōke cerca, desde dos días atrás, que le observaban con algo parecido al profundo odio.

Sacudió la cabeza, no estaba en el momento de ponerse a pensar en cosas negativas, quizá estaba paranoica, pensando que los miembros del consejo le odiaban, y en el fondo, no sabía ni por qué.

Con el último pensamiento, un escalofrío recorrió lentamente su espalda, pero, ya estaría muerta de ser asi.

— Hinata-sama...es peligroso el que este sola y más en estás fechas. Debéis tener cuidado, el que seais una jōnin no os hace intocable.

El genio por su parte mostraba genuina preocupación en su monocorde tono de voz, aunque sólo limitó en darle una palmadita en la cabeza y revolver un poco el cabello de su itoko-chan.

— Ha... Hai, Neji-niisan.

Con la típica manía que tenía desde que era una niña, comenzó a darle vuelta a sus índices el uno sobre el otro, con una ligera sonrisa mientras miraba a su siempre serio primo. Al menos lo que pudiera pasarle le preocupaba a alguien, al menos ese alguien era él.


Todavía en el área de compras y ante la excentricidad del bullicio, TenTen hacia cuentas, unas cuantas misiones, dos quizá, le ayudarían a comprarse esas hermosas espadas ninja, su mente inclusive hacia una visión de ella en un traje táctico a su medida, luciendo las peligrosas espadas a su espalda.

A su lado Rock Lee, caminaba hablando cómo un loco sobre el poder de la llama de la juventud. Claro está, ocupandose en distraer a la experta en armas, ocultando algo que había hecho.

Una sombra cruzó rápidamente desde detrás de un enorme tronco, era algo pequeña, cómo de un niño de unos doce años.

En segundos, seguido por la vista del shinobi de traje verde, el menor llegó al establecimiento de armas, dejando un pequeño papel y una pequeña cajita de dinero.

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