Memoricé cada surco de su piel para el día que ya no pudiera recordar nada más y empezara a olvidar.
Me moría, cada día con más intensidad.
Le observaba desde la puerta de entrada, le observaba pestañear con delicadeza, como si se fuera a romper.
Le observaba y me moría. Me moría y le observaba.
Tan lejana y tan cerca de mí, a tan sólo unos metros de distancia. La veía y sentía que parte de mí era parte de ella,
Y, por fin, me acerqué a su silla de ruedas.
Me moría, a cada minuto me moría un poco más, cada día estaba más cerca, pero ella me llevaba ventaja.
Le acaricié la mejilla mientras me miraba con ojos perdidos.
- Te quiero, abuela.