15. Cómplice número uno

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Mi abuela se fue una semana después dejándome tan rápido como llegó, lo que me tenía con tiempo de sobra para disfrutar las vacaciones.

—Azul marino o negro— ponía los vestidos frente a mí mientras Hanna me observaba divertida.

Las últimas semanas entre nosotras habían estado un poco tensas y extrañas. Casi se sentía como si ella me evitara.

—En realidad, — su voz de niña llenó el lugar —creo que el azul es más negro que nada.

—Muy graciosa— le sonreí frente al espejo.

—Te verás fabulosa con cualquiera de ellos y... tal vez al profesor Ivashkov le gusta el peligro, no deberías dejar de lado tu estilo de mujer fatal.

—Sí, le gusta el peligro... espera... ¡¿Qué?! ―me giré con los ojos abiertos.

—Llevamos casi seis meses siendo amigas, viéndonos a diario y contándonos secretos, o al menos la mayoría— desvío la mirada —. Algún día me iba a dar cuenta, ¿no crees?.

—Yo...—Hanna lo sabía, ¿cómo había podido ser tan descuidada?

—Oh, vamos Lenna, no tienes de que preocuparte. —me regaló una sonrisa tranquilizante, que no surtió mucho efecto―. No pienso vender esta primicia a la prensa... aún― me guiñó.

—¿Cómo lo supiste? ―negué con la cabeza mientras volví la atención hacia los vestidos.

—Los vi cuando te daba... clases privadas en un salón abandonado— su sonrisa cómplice logró relajarme—. No te juzgo, de haber tenido semejante oportunidad yo también la hubiera aprovechado.

Me reí —Estás loca.

—Tal vez, pero lo suyo me parece romántico. Deberías poner tú relación en Facebook— se burló de mí.

—Sí, claro. ¿Qué pondría?

—¿Es complicado?

Ambas comenzamos a reír como locas, atrayendo la atención de las demás clientas y una que otra empleada.

Una de ellas se nos acercó y miró con mala cara a mi amiga, que esta vez vestía de manera sencilla pero sin dejar de lado su gran escote.

—Si no van a comprar nada...— la mujer dio una mirada en mi dirección, haciendo el mismo recorrido que hizo con mi amiga momentos antes. No llevaba la mejor ropa de mi closet pero ciertamente todo en mi gritaba dinero, la empleada me dio una mirada complacida.

—Señorita...— asintió en mi dirección con una sonrisa más falsa que un billete de juguete. Seguramente vio mi foto en alguna revista— ¿Ya decidió que vestido quiere?

Di una mirada de reojo en dirección a mi amiga. Odiaba a la gente que despreciaba a quienes yo amaba.

—No, creo que no, ninguno me convence— usé el tono altivo que usaba en las fiestas de sociedad a las que asistía con mi familia—. Pero mi amiga va a llevar uno, atiéndala a ella— su rostro enrojeció de coraje; mientras el de Hanna se llenaba de sorpresa.

—Vamos, Hanna, no tenemos todo el día... Elije lo que te guste— le guiñe un ojo y ella corrió sonriente por la tienda.

Pasaron dos horas en las que la odiosa vendedora anduvo tras Hanna, llevando prenda tras prenda con el rostro cada vez más rojo a causa del coraje.

Mi amiga lucía muy bien en cualquier cosa que se ponía, sobretodo sin aquellos escotes escandalosos que solía usar, sospeché que esta era la primera vez que no se limitaba en cuanto a gastos y dejé que escogiera a su antojo.

Piérdeme el respetoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora