(8) Esperanzas

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El día siguiente, y luego de una noche horrible, repleta de pesadillas, subimos al auto y nos dirigimos a la casa; mejor dicho, a la mansión presidencial. Mis ojos estaban cansados, constantemente despertaba pues en mis sueños alguien me perseguía, mientras yo corría hasta caer por un precipicio. Tal vez esto fue lo que me sucedió?

En las pesadillas no veía rostros, solo personas, siluetas; gritaban mi nombre y yo corría lo más fuerte que podía. Al caer, solo veía las manos sobre mi vientre, protegiéndolo de alguna manera.

Tomás despertó gracias a mis gritos. Sí, despertaba gritando, sudando, desesperada. Le conté la pesadilla la primera vez, el resto de las veces solo fue asegurarle que había soñado lo mismo y que no veía el rostro de quienes me perseguían.

El camino a la casa fue silencioso. Tomás solo sostenía mi mano en la de él, jugando con las sortijas que llevaba puestas, las que en ningún momento me había quitado; por las cuales aun no había preguntado. Pero me imagino que hay una historia detrás de cada una de ellas.

No soportando el silencio que había en aquel auto, volteé mi rostro hacia Tomás, preguntándole sin pensarlo más.

"Qué significan estas sortijas? Son muy distintas...."

Tomás sonrió, tocándolas una vez más, luego tomando mi mano en su mano libre, y con la otra, señalando la sortija más llamativa.

"Esta es la sortija que te di el día que nos casamos. Ya tenía mi trabajo, y dinero, podía comprarte lo que deseara. Mi mamá me ayudó a escogerla..."solo lo mejor para una chica especial como Julissa"...fueron sus palabras mientras buscábamos entre un sinnúmero de sortijas" sonreí ante sus palabras, yo uniéndome a tocarla.

"Esta", dijo señalando la más pequeña, "fue la sortija con la que te propuse matrimonio. Estaba por graduarme y había hecho miles de sacrificios para poder comprártela, aun cuando sabía que no querías que gastara el poco dinero que tenía, en ti. Nunca te has quitado esta sortija...ni siquiera el día de la boda. Decías que significaba mucho para ti; que su valor era aun más grande que la de matrimonio" Tomás se acercó poco a poco, besando mi mejilla.

Este se había dado cuenta de que aun no me adaptaba a sus muestras de cariño. Me sentía mal cuando él me trataba tan bien, y yo no podía corresponderle; pero....entiéndanme, no lo conozco, o por lo menos, no lo recuerdo...aun.

Unos inmensos portones abrieron, permitiendo el paso de la flota de autos que nos acompañaban. Probablemente estaban tomando precauciones para que no volviera a ocurrir un horrible incidente como el mío.

Aquel edificio, bueno, aquella mansión, era enorme. Se imponía en medio de aquel hermoso patio, repleto de flores, de fuentes, de jardines maravillosos. Aun así, podía notar que se veía algo fría, no parecía una casa de familia.

"Aquí es donde vivimos?" le pregunté a Tomás una vez pude cerrar mi boca ante la impresión.

"Sí...bueno, mientras soy presidente. Tenemos nuestra casa, la que compramos antes de casarnos y donde vivimos hasta que fui electo. La casa está un poco lejos de aquí; pero está bien cuidada. Algún día te llevaré para que la veas..." en esos instantes, abrieron la puerta de Tomás, mientras ocurría la misma con la mía.

Tomás corrió a dar la vuelta, para extender su mano y llevarme hacia la casa. Las personas presentes me sonreían, mientras yo, simplemente, solo podía responderle su gesto, pues no conocía ninguna de ellas.

"Julissa, que bueno verla de vuelta!" una mujer se acercó a abrazarme, mientras yo me quedaba algo sorprendida.

"Mi amor, ella es Alma, una de nuestras empleadas. Ella es quien está contigo la mayoría del tiempo. Quien te ayudará a cuidar del bebé cuando nazca..." comentó Tomás al ver mi rostro.

Mi vida presidencialWhere stories live. Discover now