Relato 2. El romántico

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Mirando al infinito, la sala permanecía como suspendida en el tiempo, la oscuridad exterior dibujaba un paréntesis de luz pues la iluminación interior era refulgente e intensa. Las fichas de la biblioteca, a mi izquierda, cayeron tras tropezar mi mano. Me agaché a recogerlas y un intenso olor a hierbabuena y almendro llegó hasta el lugar donde me encontraba procedente del pasillo.

Unos zapatos rojos repiqueteaban sobre el suelo; pude ver las largas y estilizadas piernas de una bella mujer con el mismo color del vestido de escasa falda que dejaba ver una piel blanca y pura; el pelo ondulado y suelto, y un rostro misteriosamente oculto desde donde me encontraba.

Recorrió el corredor hasta el final de las mesas y se detuvo en la mesa veinticinco, allí dejó un pequeño paquete. Al regresar en sentido contrario me detuve más en ella, y recordé ciertos versos de Bécquer:


"Cruza callada, y son sus movimientos

silenciosa armonía;

suenan sus pasos, y al sonar, recuerdan

del himno alado la cadencia rítmica..."

Al salir por la puerta dejó suspendido en el aire los aromas frutales del almendro y suspiré profundamente ante lo efímero de la belleza, mas dejó otra cuestión en mi cabeza pues la chica era bella y misteriosa, es cierto, y conducía en su mano algo que me intrigaba fuertemente.

Me levanté y me conduje hasta la mesa veinticinco de forma tranquila y sosegada, el aire conservaba los efluvios adolescentes de la joven mezclados con la hierbabuena y el almendro... "la belleza que se resiste a dormirse en el cerebro", pensé.

Llegué a la mesa e intenté recordar quién se solía sentar en aquel lugar y nadie venía a mi cabeza, observé los papeles que sobre la mesa descansaban y nada me indicaba nada del desconocido personaje: un bolígrafo de acero a la derecha, unos folios en blanco y otros escritos en azul y con marcas rojas en el mismo. Un libro de filosofía, en alemán, y otro más pequeño de álgebra en inglés. Una pequeña tarjeta con la tabla de elementos químicos y una poesía escrita en la esquina derecha, casi al borde de la mesa.

Miré a mi alrededor por si alguien me observaba, me rasqué la cabeza al observar que nadie me miraba... Aquello era un galimatías, la expresión de un hombre caótico o un reto preparado para mí. Intenté leer lo que estaba escrito en el folio..., parecía griego. Leí el poema que esperaba ansioso ser leído.

"Abre sus ojos..."

Corrí inquieto hasta mi mesa, encendí el ordenador y busqué la rima de Bécquer. Allí, entre tanto galimatías, había un mensaje para mí. Lo sabía. "Rima 34".

Regresé a grandes zancadas a la mesa veinticinco y abrí la caja con cuidado de poner las cosas como estaban, en cualquier caso. Se cayó de mis manos la foto que contenía en su interior, resbaló hasta el pie de la mesa contigua, la volteé... Mi imagen, sentado en mi mesa de vigilante, mirando hacia la chica de rojo aparecía ante mis ojos de forma llamativa. "¿Cómo pudo entregar esta foto la chica, si ha sido tomada mientras ella llevaba la caja hasta este sitio?"

Giré la cabeza nuevamente a un lado y luego al otro, nada parecía extraño; la hora de cerrar se acercaba y los pocos estudiantes e investigadores que quedaban recogían sus cosas y tomaban el camino de salida. Miré la foto repetidas veces y descubrí que había sido tomada desde la mesa 34, la misma mesa que el número de la Rima en que había pensado a causa de unos efluvios juveniles que se habían colado en mi nariz deteniendo el tiempo.

Me acerqué sigiloso hasta esa mesa por detrás, allí había alguien escribiendo en un ordenador. Me aproximé hasta el límite de lo razonable e intenté leer lo que ponía, en ese momento escribía...

"...intenté leer lo que ponía, en ese momento escribía..."

"Pero, ¿cómo?, ¡no puede ser!" - nada más decirlo aparecía escrito en el ordenador lo mismo que decía en alto.... El tipo se giró para verme la cara... "Hombre, vigilante, ¿cómo está? Me alegro de verle la cara porque... ¿sabe usted? ¡No sabía cómo describirlo!. Pensé en ponerle bigote, mayorcete y gordito... Pero eso le haría un viejo verde y usted no es un viejo verde, es tan solo un romántico empedernido que vio hoy un poco de luz en su rutinaria vida, ¿no es así?"

"Usted dirá" - le contesté - "yo no pienso más que lo que usted me diga que piense..."

"Hombre de Dios, pero yo le quiero libre... ¡libre!... ¿Me entiende?"

"Sí, sí y así soy porque usted lo quiere. Si me hubiera escrito esclavo, lo sería. ¿No ve usted que jamás he salido de esta sala de estudio?.... Nunca, ¿lo sabía?"

"Es que usted, es tan solo un personaje de un microrrelato. Ya me gustaría a mí que fuera un personaje de una novela, sin embargo las editoriales... No quieren, ¿se da cuenta?... El dinero y el tiempo, ¡usted no tiene ese problema! En fin, ya seguiremos la charla en otro momento, dese cuenta que ahora tengo que limitar su historia a trescientas palabras... Y se salva usted, amigo... ¡Porque había pensado en matarle!"

"Gracias, gracias... No solo por darme la vida y salvarla después, sino por haberme permitido ver a la mujer más bella del mundo."

"De nada amigo" - Me despedí triste de mi creador, ¡oh mi creador!... Regresé a la mesa nuevamente y me senté... porque yo jamás saldré de esta sala de estudio, de este breve relato. Y seguí leyendo la Rima XXXIV

"¿Que es estúpida?... ¡Bah! Mientras callando

guarde oscuro el enigma,

siempre valdrá, a mi ver, lo que ella calla

más que lo que cualquiera otra me diga."


Y es verdad


FIN


De madrugada, antes de la auroraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora