-Esto, querida Amelie, es el secreto de nuestro éxito.

Pero no necesitaba presentaciones. Aunque James no lo supiera, Amelie ya había conocido el "mapa del merodeador" hacía ya algunos años. Cuando Albus había optado por heredar la capa de invisibilidad de su padre, James había elegido el legado de su abuelo, lo que tampoco significaba que, muchas veces, hicieran un trueque entre las reliquias. Una de aquellas veces, Albus se había ofrecido a Amelie a averiguar si era cierto que Ethan Corner la estaba engañando, razón por la cual no le había quedado otra opción que mostrarle el mapa de su hermano, bajo el juramento de que nunca le contará a nadie sobre él.

Como Amelie respetaba sus promesas, mantuvo cerrada su boca en una fingida expresión de asombro en cuanto James trató de llamar su atención. Había que admitir que la forma en que se trazaban los planos del castillo sorprendía fácilmente a cualquiera. Era imposible no admirar un artefacto tan ingenioso como ese.

La gran incógnita estaba en... ¿Para qué quería enseñárselo?

Por la mirada intensa de James, Amelie supo que no sería por algo que surgió en un momento. En estos últimos días había conocido perfectamente a James y lo había visto incontables cantidades de veces como estaba ahora: indeciso. Él quería decir algo, pero sus palabras siempre se atoraban en su boca. Y no era la primera vez que le pasaba, últimamente hacia eso seguido.

-Te has tildado otra vez, Potter. ¿Qué te ocurre?

El aludido reaccionó de pronto y llevo las palmas de sus manos a sus ojos, para al mismo tiempo rascar la linde de su cabello y frente con furia. Parecía a punto de entrar a un ataque nervioso.

-No es difícil, Moore. ¿Sí? Pienso que te enfadarás conmigo, que me dirás que no, que-que soy demasiado orgulloso y no volverás a hablarme y, y, y, yo... no quiero eso -había comenzado a divagar, tartamudear y balbucear: todo al mismo tiempo-. Porque... porque...

-Ya -lo cortó Amelie, colocando una mano sobre su hombro-. Va en serio, ¿Qué pasa? No pareces estar del todo bien. Se te zafo tu última neurona, Potter.

Trataba de molestarlo por un momento para que olvidara todo lo que lo frustraba. Quería de una vez por todas que el largara lo que quisiese decirle y, al mismo tiempo, no. No estaba sabia decididamente en sí era algo malo o bueno, pero la ansiedad y la curiosidad la carcomían.

«¡Habla, James!» quería gritarle, pero parecía totalmente injusto al ver como sufría él de sólo intentarlo. ¿Que podría querer decirle?

-Vamos, Potter -lo alentó Amelie por última vez-. Ni que quisieras proponerle casamiento a alguien... -como James no respondió, ahora fue su turno de alterarse-. Oh, por Merlín, sí es eso... ¡Ni te molestes en preguntar! ¡No planeó casarme tan joven!

James bufo y alzó ambas cejas con escepticismo.

-¿En serio, Moore? No seas idiota, claro que no me casare contigo.

-Si me sigues mirando así, pensare que quieres violarme.

Había tomado confianza con James en tan poco tiempo que ahora respondía a sus jueguitos de coqueteo casi tan rápido y mejor de lo que él lo hacía. Y sería algo halagador, todos pensarían que eran definitivamente una pareja si los vieran... pero el problema era que James coqueteaba con cualquier cosa que se moviera. Hablando en serio: la última vez había alabado a la seña Norris II preguntándole como hacía para que su pelaje quedara tan brilloso. Como si la estúpida gata pudiera responderle.

Sin embargo, el comentario de Amelie pareció despertar a James, quien sacudió la cabeza de lado a lado y volvió su mirada al piso. La intensa mirada que le había dado antes... él estaba tratando de ver más a allá de ella, quería leer sus ojos y expresiones y, como Amelie era muy mala tratando de esconder sus sentimientos, sabía incomodarlo para conseguir lo que quería.

Amelie Moore y la maldición de los PotterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora