Ochenta y cuatro

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Cuando ella estaba feliz no dejaba de hablar, me contaba como había sido su día. Sus ocurrencias me sacaban una sonrisa en el peor de mis días.

Pero cuando ella entristecía, el silencio era su mejor amigo. Se encerraba en su caparazón, y todo rastro de su bella personalidad moría.


Siempre te améDonde viven las historias. Descúbrelo ahora