Capítulo veinte y tres

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— ¡Claro que es ridículo que mi hija no sepa cuidarse sola en la casa! — ironizó — ¿Y si se tratara de un tipo asaltando la casa y tú sin escuchar nada? — tan pronto salimos al pasillo que nos dirigía directo a la puerta mamá volvió a pararse de golpe y me miró con una ceja enarcada — ¿Será que estás escondiéndome algo, Dylan?

Arrugué mi cara — ¿Qué podría estar escondiéndote? ¿Desde cuando dudas tanto de mí?

— Desde que empezaste a demostrar que no puedo confiar en ti. — sentenció.

Mamá hizo ademán de abrir la puerta pero yo volví a cerrarla metiéndome en el medio.

— ¡Quítate! ¿Qué estás haciendo? ¿De verdad estás escondiéndome algo? — abrió los ojos de par en par — ¿Qué hay allá abajo?

— Nada

— ¡Entonces quítate antes de que ese animal devore la casa, maldita sea! — manoteó para quitarme de encima de la puerta. 

— ¡No devoran a nadie y no son peligrosos, mamá! — grité — ¡Ellos...

Mamá ni si quiera soltó una palabra pero me interrumpió cuando la cara quiso caérsele de lugar. Dejó de forcejear conmigo y retrocedió unos cuantos pasos a punto de entrar en histeria. Acabo de meterme en la misma boca del lobo.

— Mamá, yo...

— ¿Qué estabas diciendo? — preguntó asustada — ¿Hablas de los lobos, Dylan?

   Comencé a tartamudear cuando mi respiración iba más rápido cada vez. Mamá a penas se atrevía a pestañear del impacto y yo no sabía qué más añadir para calmar las aguas -sino las jodía más de lo que estaban-. Mamá me empujó fuera de la puerta y bajó las escaleras al sótano de dos en dos. Encendió la lamparilla que no se encendía hace décadas y miró a su alrededor. Sofocó gritos de espanto mientras se arrugaba la cara con asco.

— ¿Eso es sangre? — Se acercó cautelosamente al lienzo que había dejado tirado y lo levantó de una esquina. Lo tiró en cuanto comenzó a gotear. — ¡Metiste a un lobo sangriento en nuestro sótano! ¡Perdiste la cabeza, niña estúpida!

— ¡No metí nada en ningún sótano, mamá! — grité con dolor en la garganta — ¡Estás imaginándotelo todo tú sola!

— ¡Y lo metiste por la ventana! — se rió con la incredulidad saliéndosele sola — Es que no sé qué está pasando contigo... ¡Estás loca!

   Miré la ventanilla que también había dejado abierta cuando ambos salimos. Quise golpearme miles de veces en la cara. Pero ya no podía mentirle a mamá cuando lo había deducido todo. Me sentí estúpidamente abatida de no haber podido protegerlo como él lo hizo conmigo. ¡Maldita sea! Estaba nublándoseme la vista mientras más seguía tragándome el nudo en la garganta.

— Sólo estaba tratando de ayudarlo... — susurré.

— ¡Y lo aceptas! — mamá gritó soltando el cuchillo en una tabla de la estantería de un manotazo — ¡No puedo creer lo que hiciste, Dylan; eres una ignorante! ¡¿Quieres meterte en un gran lío?! Porque no voy a sacarte el trasero de dónde tú misma lo metiste.

— ¿¡Y qué hay de malo con eso!? — rematé alterándome yo ésta vez — ¡Los únicos ignorantes con las cabezas como mimes son los malditos guardas de éste pueblo! ¿Qué tiene de malo esos animales?

Afternoon » njh Where stories live. Discover now