Crónica dos: Puré de papas

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  —A mí no me van estas cosas, Bú. No me sentía bien antes, pero ahora me siento peor. Vos no entendés, pero son cosas que necesito; que cuando las tengo estoy como en un limbo nebuloso pero de algodón. Como de nubes. Y ahora me metés en este cuchitril de mierda y ¿cómo pretendés que no me parezca todo de cartón? ¿De... de naipes? ¿Eh?

Apolonia pasa un dedo por el puré de papas. Las uñas, llenas de mugre, son invadidas por la pulpa, y Bú tiene que desviar los ojos cuando lo chupa; los hilos de baba siempre la asquearon.

  —Me merezco, por lo menos, una mirada si me das semejante porquería, ¿no? —Se ríe, mostrando los dos hoyos en donde tendrían que estar las paletas.

  —Contame algo y te juro que la próxima te traigo tarta de espinaca.

Apolonia hace una mueca, que es como un tic, en realidad. Se le contraen los cachetes y abre los ojos, como si le doliera, o como si quisiera sacar algo. Rentas dice que son las toxinas tratando de abandonar el organismo. Y Bú sabe que lo que dice Rentas es palabra santa.

—Bueno —pronuncia, frotándose los ojos y procurando ocultar cómo se le humedecen. Rentas dice que se pone así porque se le congestiona la garganta; sin embargo, Bú tiene sus dudas. —¿Qué te cuento?

—Sobre tus papás. 

El tic de nuevo. Y una tos seca. —Mi viejo tiene devoción por su bigote y mi vieja se la pasa leyendo revistas en la peluquería sobre gente intrascendente. —Apolonia mira a Bú con escepticismo, si es que esos ojos inyectados en sangre pueden transmitir alguna otra emoción más que ansiedad. —¿A Rentas se le dio por interrogar a los pacientes? Siempre tan delicado, él. ¿Le das un beso de mi parte? Te juego lo que quieras a que le encantan los labios con bótox. Es tu día de suerte.

  —Vas a tener que contarme un poquitín más si querés tarta de espinaca, Apolonia. Yo sé que podés hacerlo mejor que eso.

 Ha cruzado la raya. Lo sabe por cómo la observa, con ese refunfuño parecido a una risita incrédula e irónica. Ese acercamiento que Bú se estuvo empeñando tanto en cultivar desde hace dos semanas, se esfuma; como un velo que electrifica el ambiente. No, peor: lo vacía. Porque ese tonito condescendiente es insoportable para Apolonia: violento y carnal. No lo soporta y se da vuelta, acariciando con manía los brazos augujereados.

  —Ay, te felicito un montón, Bú. Te convertiste en la réplica exacta de Rentas. Qué lástima, y yo que pensé que podíamos ser amigas.

Bú conoce esa actitud altanera que desprende como la palma de su mano, pero se arrodilla frente a la espalda de Apolonia. —Podemos ser amigas, Apo.

—¿Apo? —Se empieza a dar vuelta. El tic. El tic, el tic. Dos, tres, cuatro veces. Bestial. 

—Sí. Podemos ser amigas. Las amigas usan apodos. 

—Pará, ¿Apo? —Repite, enervada. Aprieta los nudillos y se suena el cuello. —¿Me estás diciendo Apo? — Se levanta, va a hasta la pared y toca con el puño tres veces: obsesiva, compulsiva, sin remedio. —¿De dónde saliste? ¿De una telenovela? ¿De un castillo de princesas? ¿Dónde está tu corcel? No, pará, seguro tenés un unicornio. Uno rosa, ¿no? Para que te haga juego con las uñitas. Con el pelito teñido, con los aros, con los taquetes. ¿Está por acá? ¿O por acá? Le voy a dar un poco de puré para que no tenga hambre, pobrecito, pobrecito, pobrecito. A ver, a ver, a ver, a ver. ¿Dónde estás, caballito? ¿Dónde estás? Tomá un poco de puré. Puré, puré, puré. Vení, vení, caballito. Yo te voy a cuidar. Yo sí te voy a cuidar.

Apolonia se convierte en una revolución. Arremolina la cama y llena de puré y de baba las sábanas blancas. Y la ropa y el piso y toda la boca llena de esa pasta que es papa y saliva; y de pronto el puré se estrella en el suelo donde está Bú. O en donde solía estar, porque ahora la ve a Apolonia desde afuera: desde el mundo real y no esta jaula que le va sacando el aire; vive fermentando, arrastrándose con esa porción mínima de energía que le brinda la ausencia de oxígeno. Y ay, ay, ay, cómo duele ver el plato roto, sin sangre, sin víctima, sin nada.

  —¡¿Dónde estás? ¡¿Dónde estás?! —ruge. Su estómago entero se retuerce para vociferar esas palabras y en vano, porque ni el caballo ni Bú aparecen. Y Apolonia sabe que el mundo blanco es el más peligroso porque es todo luz y vida. Y ella no quiere vida.

Y aparece una inyección que la duerme y se mece en el mundo negro que es familia y es hogar. 

Y es saciedad.


 


Crónicas de engendros incomprendidosWhere stories live. Discover now