Fortuna

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Yuta

 —  ¿Qué desea comer? — Cuestionó la mujer que tenía frente a mi.

 — Sólo quiero un café, gracias. — Contesté con una simple sonrisa. 

La muchacha guardo su agenda en el bolsillo de su delantal y camino hacía la cocina. 

Ya era parte de mi rutina salir a la tarde de un sábado y comer en éste lugar. Todos me conocen como un cliente habitual. Tras esto planeo volver a mi casa y salir a correr a la plaza como siempre. 

Observé por la ventana: Todo estaba cubierto por unas finas capas de nieve dando un ambiente muy relajante a pesar de el frío que provoca. Ahora que lo recuerdo mi madre me había dicho que evitara salir en las noches con este clima, pero... Si ella no está en casa estas noches... 

 — Espero que lo disfrutes, Yuta — Me dijo dejando con cuidado la tasa en la mesa.

— Gracias, Eri.

Me guiñó.

Justo era lo que necesitaba, un delicioso café y una vista para calmar mi mente. 

  — Lo único que falta sería...

Hablar con alguien. Normalmente me juntaba con Akari en este lugar para comer o beber algo, pero ella ya no está. Oía las voces alegres de los clientes de la cafetería, compartían risas y algunos gestos amistosos. 

Esperen... ¿Ese tipo no es Haru?

No estaba equivocado: El pelinegro se encontraba a la otra esquina de la cafetería leyendo su libro mientras comía un bocadillo. 

Parece que no me ha visto... ¿Qué pasa si me acerco a él? Hm, mejor lo dejo leer tranquilo.

No sé cuanto tiempo ha pasado, pero no le he quitado la mirada de encima. No recuerdo acabar mi café, pero Haru no quitaba la mirada de el libro. Hasta que suspiró y desvió la mirada dirigiéndola a los alrededores de el sector. Creo que está buscando la camarera.

Pagó la cuenta y se largó.

No, claramente no me quede atrás y salí a su búsqueda. Debo considerar que soy un buen psicópata ya que no se ha dado cuenta de mi presencia. Me premiaré más tarde. 

  —  ¿Acaso no tienes vida? —Dijo en voz alta—Eres una molestia. 

Me premiaré por el más estúpido de los psicópatas. 

  — ¿Cuándo te diste cuenta?— Dije.

— Desde que entraste a la cafetería.

Estúpido. Idiota. 

— ¿En serio...?— Deje escapar una pequeña risita. 

— Ahora. ¿Qué quieres?— Por primera vez en el día su rostro se giró hacía mí.

— Hablar contigo ¿Acaso no puedo?

— No te lo permitiría con esa forma de iniciarla que tienes — Me acerqué a él.

— ¿Cuál?

Todo por un nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora