Tic-Tac

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Lo observó con repugnancia y confusión. ¿Qué hacía aquel chico que golpeo en la entrada de su casa?

  — ¿Qué haces aquí? — Haru no oculto el odio de su voz.

— ¿Tú qué haces aquí? — Pero la voz del chico estaba destrozada. 

— Yo vivo aquí. Ahora con todo el respeto quiero que te largues.   

  — No, espera... 

—¿Acaso no quedaste satisfecho? ¿Quieres seguir peleando?

—No... Sólo quiero ayudarte.

—¿Con qué?

—Con tus heridas.

Haru dejo escapar una pequeña risa:— Que buena broma, en serio, casi me la creí. Ahora ¡Lárgate!   

—¿No te das cuenta que apenas puedes caminar?

—No me importa. Además tú me las causaste.

— Bien —Los ojos del chico dejaron esa tristeza de lado y se incorporo. 

Haru se acercó a la reja y la abrió. Al ingresar a su casa no le dirigió alguna mirada al ojimiel y camino hacia la cocina. Tomo el maletín de primeros auxilios y busco algún espejo. Se quito el chaleco y la camiseta encontrándose con moretones en su piel, si que le habían dado una paliza. Se limpió con alcohol, dolía.

—Maldición...  

No podía aguantar tanto dolor, pero debía limpiarse. Se vendó y llevó su ropa a la lavadora.

¿Por qué ese chico estaba en la puerta de su casa? ¿Por qué justo en su casa? Y... ¿Por qué lloraba? 

 Seguramente era una trampa para darme una segunda paliza — Pensó.

Sí, era de esperar.

Tic-Tac. El reloj resonaba por los pasillos. Tic-Tac. Que silencio. 

Se acostó en el sofá y cerró los ojos.

Tic-Tac.

Haru se quedó dormido. 

Tic-Tac. 

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