Capítulo 9: Comienza la caceria

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Un chasquido le indicó que había logrado forzar la puerta del cuarto, para su alivio. No era muy buena para los allanamientos con ganzúa, pero su adolescencia le permitió llevar exitosamente su cometido. Entró silenciosamente, sacando una pequeña lámpara de pilas para iluminar la oscura estancia. Se sentía incomoda con todo ello. Y cansada, muy cansada: la escena del crimen, la recolección de pistas, atender las llamadas y órdenes, clasificar la evidencia y topar con un callejón en la investigación. Definitivamente, como teniente, no estaba en el lugar ni en el sitio correctos. Pero la duda no le permitiría descansar. Había algo en todo esto que parecía omitirse. El detective Pilgrim estuvo callado, meditativo, incluso irritado con toda la investigación. No tenían más rastro que una cabeza cercenada llena de marcas sangrientas, que al parecer no decían mucho. Ella estuvo ahí cuando las fotos llegaron a la oficina: no eran menos impactantes que el material original, pero al menos así podrían estudiarlas detenidamente sin sentir nauseas o soportar el terrible hedor a muerte. La prensa no se enteró de los detalles, pero algunos civiles con información filtrada fueron la noticia de un posible asesinato. Sería cuestión de tiempo para que el público demandara la verdad. Debían apresurarse. Si las marcas en la cabeza ocultaban algo debían encontrarlo lo más pronto posible. Todo el departamento lo sabía, pero él estaba fríamente callado. Daba vueltas a las fotografías una y otra vez, como si intentara atravesarlas con la mirada. Se notaba cierta desesperación en su rostro, como aquella pista fuera dirigida directamente a su persona. Lo vio dando vueltas en la oficina, como un animal enjaulado, muy diferente a los casos comunes. Siempre alardeaba, presumía de sus logros, del poco tiempo que le llevaría poner al criminal tras las rejas. Pero esta vez no, nada de su clásica actitud detectivesca parecía asomarse. Y ella, como su subordinada, tenía una corazonada respecto al sospechoso.

Con cautela se acercó a un estante de mediano tamaño que se encontraba en una de las esquinas de la habitación, que no era otra que la oficina del detective, su superior inmediato. Seguía la parte difícil.

"El Lobo". El tipo era más una leyenda urbana que un criminal real. Las agencias de investigación y búsqueda más reconocidas del planeta le adjudicaban decenas de robos importantes, pero ninguna sabía a ciencia cierta de quien se trataba. Se tenían bosquejos y retratos hablados de él, todos muy diferentes entre sí. De lo único que estaban completamente seguros era que muchas prisiones se adjudicaban el haberlo contenido, pero nunca por mucho tiempo. Cuando llegó la noticia a la jefatura se armó un revuelo. Algunos no creyeron que fuera él, sino un impostor. Otros afirmaban que escaparía en breve. Y unos pocos, como el detective, se alertaron. La oficial encontrada gravemente herida en el callejón era una evidente señal de que todo esto no estaba pasando por casualidad. Pronto las agencias importantes también estarían sobre ellos. Les quitarían el caso. Debían darse prisa. Sobre todo ella. Necesitaba saber porque tanto silencio, porque tanto recelo de su jefe.

A él nunca se lo dijo, pero tenía un gran amigo, un cerrajero inmigrante que le debía algunos favores. Y cobró varios cuando le pidió hacer una copia de cierta llave: la del estante donde estaban guardados los expedientes de toda la comisaria. Lo hizo por si algún día alguien le ocultaba algo, cosa que sospechaba de su superior. Utilizó su reciente adquisición y abrió uno a uno los cajones. Empezó a buscar con linterna en labios un documento en específico, que a los pocos minutos halló: los antecedentes de Lught Pilgrim. Inspeccionó cuidadosamente cada parte, cada fecha y palabra hasta que pareció encontrar la respuesta a esa supuesta interrogante suya: el detective tenía un hermano mayor desaparecido. Era muy poco lo que se especificaba de este parentesco, pero una intuición irrumpió en la mente de la teniente. Se sentó en el suelo, alterada. ¿Sería posible? Explicaría muchas cosas: el silencio, la cautela, la falta de una llamada a autoridades más competentes. Las posibilidades de que aquel homicida y ladrón al que iban rastreando fuera su hermano se hacían cada vez mayores conforme armaba el acertijo en su cabeza. Si finalmente fuera el caso, ¿podría él reaccionar de la manera correcta? ¿Sería capaz de atrapar, o peor aún, matar a su propia sangre si el caso lo requería? Entonces algo interrumpió sus cavilaciones: le pareció ver una sombra fuera de la habitación.

La Princesa y El LoboWhere stories live. Discover now